SONETOS DE JESÚS CRUCIFICADO

POR QUERERTE HASTA LA MUERTE

Si dejé la alfombrada primavera
donde el lirio crecía a su albedrío.
Si dejé solitaria junto al río
atracada mi barca en la ribera.

Si subí desde el llano a la ladera;
si subí hasta el barranco del vacío,
a la cumbre del monte más sombrío,
a este monte que llaman Calavera.

Si ascendí más arriba, hasta un madero
donde el escarnio pinta su aguafuerte
macabro: afrenta cruel, oprobio fiero…

Si he sufrido la Cruz, donde te espero,
fue por quererte, sólo por quererte,
querer tanto, amor, hasta la muerte.

LO MISMO QUE TE AMÉ, ASÍ TE AMARA

¿No te conmueve verme en Cruz clavado,
donde Dios se hace llaga dolorida,
y palpar en los huecos de esta herida
el misterio de un Cristo enajenado?

¿No te conmueve verme traspasado,
ver sin luz esta carne atardecida;
verme ya muerto para darte vida,
verme en la Cruz por ti crucificado?

Aunque no hubiera Cruz, yo levantara
una reciente Cruz, donde pusiera
una eterna escritura recia y clara,

Y con sangre, esta letra te dijera:
«Lo mismo que te amé, así te amara;
lo mismo que te quise, te quisiera».

MIS BRAZOS SIEMPRE ABIERTOS

Tengo en la Cruz mis brazos siempre abiertos
para que vengas pronto a refugiarte;
prenderte entre estos brazos, perdonarte,
cepos de amor y de indulgencia ciertos.

Son dos ramos, dos ramas, son dos huertos
derramando éste en flor de parte a parte,
que, de tanto quererte y esperarte,
se quedaron exánimes y muertos.

Maduro el corazón, se dora en la era.
Contempla la amarilla primavera,
palmo a palmo, extendida por mis brazos.

Desde la Cruz te entrego el alma entera,
que se me cae a pares, a pedazos,
esperando respuesta: tus abrazos.

MÁS FLORECE EL PERDÓN CON QUE TE ESPERO

Estos ojos que en ti tengo clavados
no quieren ver tu culpa ni tu pena;
no quieren ver las huellas en la arena
incontable del mar de tus pecados.

Estos brazos, por clavos traspasados,
se te entregan igual que una patena;
son de Dios alas, abren la cadena
perpetua del penal de tus pecados.

Y estos pies pisotean tus pecados,
quietos están, sujetos a madero,
quietos para aguardarte así enclavados.

Ven a esta Cruz, donde por ti me muero.
Que si mucho crecieron tus pecados,
más florece el perdón con que te espero.

¿QUÉ HAS HECHO DEL AMOR QUE YO TE HE DADO?

¿Por qué es tu corazón tan obstinado,
de frío pedernal y piedra dura?
¿No solloza en quebranto de amargura,
roto en cristal y en llanto desatado?

¿Qué has hecho del amor que yo te he dado?
¿Qué fue de mi querer?: ¿caricatura?
¿Qué has hecho de la flor de la ternura
en tu jardín deshecho y desolado?

¿Dolor no te da ver mi sufrimiento:
mis pies, mis manos…, mi escarnecimiento
sentenciado al desdén de tu condena?

¡Ay, qué clavos, qué espinas, qué cadena!:
que no tengas piedad ni sentimiento,
pues te olvidas de mí y de mi pena.

SI HABLAN VIVAS, EN FLOR, ENSANGRENTADAS

¿Qué te diré, si está ya todo hablado?;
¿qué plegarias que no hayan sido oradas?;
¿qué razones, de dichas, ya olvidadas?;
¿qué prueba, qué argumento no estrenado?

Si te hablo fuerte, apasionado…,
si hablan vivas, en flor, ensangrentadas…,
¿por qué yacen, ya ajadas y agostadas,
las palabras de un Dios crucificado?

Si te doy toda el alma ¿y todavía
tú dudas, titubeas…? ¡Qué daría
por sembrar en tu sangre lo que siento!

Ésta es mi cruz, mi llanto y mi lamento;
yo sufriendo por ti triste agonía;
indiferente, tú, oteando el viento.

MÍRAME EN ESTA CRUZ: ¡DAME TU MANO!

Cuando te sientas tristemente hundido
-la carne es débil, triste- en tu pecado,
hombre de ruinas, roto, derrotado.
Cuando sientas que todo está perdido

y acabado. Sin norte, sin sentido
ni vivir ni morir, abandonado
de la mano de Dios, avergonzado
hasta de ti, vejado, envilecido…

Mírame en esta cruz. Me doy espanto.
Yo fui Dios y hombre, soy gusano:
para Dios burla, afrenta de mi hermano.

¿Dónde ir? ¿Quién me ampara? Lloré tanto
que dejó el mar sin lágrimas mi llanto.
Mírame en esta cruz: ¡dame tu mano!

ESTA VIDA QUE ESTALLA DEL COSTADO

No está seca mi sangre, no está muerta
esta vida que estalla del costado,
ni este venero humano está estancado,
ni su vena divina calla yerta.

Mi pecho traspasado es una abierta
llaga herida, un caudal desconsolado
de una sangre que acecha ya el cercado
de los quicios cerrados de tu puerta.

Tu corazón es piedra ciega y dura;
el mío, la desmesura del mar rota.
¿Oyes mi inmensa sangre en calentura

fundir tu pedernal con mi ternura?
¿Sientes cómo su chorro rompe, brota,
te inunda, beso a beso, gota a gota?


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