SONETOS DE JESÚS CRUCIFICADO

MÁS HONDO QUE EL DOLOR DE MI COSTADO

¿Por qué dices: «Mi Dios me ha abandonado.
Se ausentó. Se marchó. ¡Ya está! Se ha ido,
dejándome deshecho y desvalido
en este valle en llanto y desolado»?

Nunca te sientas huérfano, olvidado.
Yo no puedo olvidarte. No te olvido.
Vas tan dentro de mí, clavado, herido,
más hondo que el dolor de mi costado.

Tú eres mi cielo, el paraíso mío.
Por ti subí a la cruz, por ti he bajado
al tajo del abismo más sombrío.

Te busqué. Te seguí. ¡Te he encontrado!
No dejes que se muera por tu frío
tanta Pasión de un Dios crucificado.

¿QUÉ MÁS PODRÍA HACER TU DIOS POR TI?

Estoy aquí, clavado en un madero,
firmemente por ti crucificado,
donde me hundió la historia de un pecado
y me encumbró lo mucho que te quiero.

Fiera de amor y de dolor tan fiero,
reo soy, reducido, amarrado;
mas libre el corazón, enamorado
en esta cruz, en que de amor me muero.

Todo un Dios por ti yace inerte, yerto.
He tronchado los ramos de alhelí,
sin sangre están las rosas de mi huerto.

Me he dejado morir, he dicho «Sí».
Soy un amor crucificado, muerto.
¿Qué más podría hacer tu Dios por ti?

MI VICTORIA ES MÁS FIRME QUE LA MUERTE

No dejarás de oír lo que te quiero,
que te quiero sin norma y con locura;
locamente te quiero, sin cordura,
hasta morir de amor como me muero.

He colgado en la cruz este letrero:
Como el mar, mi costado es ancha hondura;
se rompe el mar, y el Dios de la ternura
se derrama a raudales todo entero.

Quiero anegarte con mi amor, quererte,
tenerte entre mis brazos, mirar: verte.
¿Qué impide nuestro gozo consumado?

¿Muerte? ¿Pecado? Estoy crucificado.
Mi victoria es más firme que la muerte,
y más fuerte es mi amor que tu pecado.

CONSUMMATUM EST!

Soy tu Dios, tu Dueño y Amo…,
y sin embargo, en cruz crucificado.
¿Se puede amar más hondo y elevado,
pues de amor me derrito y me derramo?

Jadeo. Gimo. A juicio te reclamo:
¿por qué eres viento esquivo, descastado,
que vas, que vienes, que me das de lado,
si yo, amor, por tu amor, ay, cuánto te amo?

¡Si lograra hacer más de cuanto he hecho!:
amor en cruz, maltratado, ¡ay!, maltrecho.
¡Ay, locura de amor, que te amo tanto!

«Cumplido está». ¿Es todo? Estoy deshecho
en llanto. En ti destilo cuanto
pudiera Dios amar, ¡pues te amo tanto!

TENGO SED

De sed el alma entera se me abrasa.
Mi lengua es teja, y baja a mi garganta,
y al cielo de mi boca se levanta
el infierno deshecho en pura brasa.

La pavesa se ha hecho presa de mi casa.
Se calcinó la voz. Y ya no canta
al sol la flor. Ni crece ya otra planta,
sino esta sed voraz que me traspasa.

Tengo sed, y me quemo entre la hoguera
de un fuego no retórico o vacío.
¡Se me muere de sed el alma entera!

Tengo sed, y te miro como un río,
como un mar de agua dulce, verdadera…
¿No me darás un vaso lleno y frío?

TU CRISTO SOY: DIOS Y HOMBRE VERDADERO

Mírame traspasado en el madero,
mira mi corazón en dos partido,
hombre afrentado y Dios adolorido.
Tu Cristo soy: Dios y hombre verdadero.

¡Ay, los hondos misterios de un sendero!
Nunca fue Dios tan Dios ni esclarecido
sino en Cruz, cuando hecho hombre, escarnecido,
por Dios pide limosna, pordiosero.

¡Pordiosero de amor, hambriento, urgido,
famélico de sed, estoy gimiendo
que me quemo por ti, y tú te has ido!

¡Contémplame en la cruz solo y perdido!
Ten compasión de mí, me estoy muriendo:
que soy tu Dios, que estoy de amor herido.

SANGRE Y AGUA

Sangre y agua me brotan del costado.
Agua y sangre supuran por mi herida.
Sangre, llama febril, estremecida.
Agua como un gran mar desenterrado.

Tú alegas: «Es tan turbio mi pecado
que ya no encuentro aurora ni salida»:
¿y no ves cómo viene y va en crecida
este limpio diluvio iluminado?

Quiero injertar tu oscuro y yermo invierno
en esta cruz fecunda donde mano
raudal de vida, manantial eterno.

Por ti me abro mis venas de manzano,
me hago llaga de luz, cristal tan tierno,
que enjoya en primavera tu secano.

¿QUIÉN PODRÁ APAGAR YA MI DESVARÍO?

Fuego es mi sangre, sangre derramada
que brota del brocal de mi costado
abierto, y es volcán atormentado
que te lava en amor tu herida helada.

Agua de río, riente y resbalada,
se me escapa del pecho taladrado,
más pura que tu pena y tu pecado,
y te baña en mi nieve desvelada.

Te quiero, al fin, sin pausa y sin sosiego.
Con frenesí te ansío como un ciego
de estrellas, en ardiente escalofrío.

Te quiero a tierra y agua, a viento y fuego.
¿Quién podrá apagar ya mi desvarío,
esta furia, este incendio y este río?

VEN, AMOR, A PROBAR LA SANTA CENA

Ven, amor, a probar la santa cena,
a gustar la fragancia de un bocado;
tierno pan del panal de mi costado,
más dulce que el panal de una colmena.

Juro contigo amor a boca llena,
esposa de mi beso enamorado,
cautiva de la miel que ha derramado
la rosa de mis labios, tu cadena.

Reposa en mi costado tu tristeza.
Repasa primaveras y veranos
hasta que el tiempo amaine en nuestras manos.

Ésta es la vida eterna que hoy empieza.
Ésta es la fe, el amor, la gran certeza:
reclinar en mi pecho tu cabeza.

¡MUERTE, ESTÁS DE MUERTE HERIDA!

Mi cuerpo no sucumbe ante la muerte.
Sembrado en cruz, en fría losa oscura,
ya es espiga de luz fuerte y madura,
ya es pan de trigo madurado y fuerte.

Mi cuerpo se levanta para verte.
¿Quién a mi amor pondrá una sepultura
de olvido, o a este fuego una atadura?
A cara o cruz el sino de la suerte.

Pero la muerte pierde su partida.
La vencí, doblegué, he pisoteado
su aguijón. ¡Muerte, estás de muerte herida!

Mira qué cruz, qué clavos me ha costado
conquistar el botín de nuestra vida.
¡Ven, acuéstate, amor, en mi costado!

¿NO TE BASTA LA SANGRE DE UN CORDERO?

¿Por qué andas triste y vives anublado,
el alma en sombra, el aire tan severo?
¿No te basta la sangre de un Cordero
que en tu lugar, por ti, fue degollado?

¿No sabes que en la cruz ya me he entregado
por entero, que estoy, que persevero
pregonando amnistía y desafuero,
cancelando tu deuda y tu pecado?

He bajado al infierno y a la nada.
Descendí hasta las simas del abismo.
He matado a la muerte y rematada.

Tras la vida, la muerte. ¿Tras la muerte?:
¿nada?, ¿abismo? Te espero. Soy yo. El mismo
Jesús de ayer, hoy, siempre: el Cristo fuerte.

AHÍ TIENES A TU MADRE Y MADRE MÍA

Ahí tienes a tu Madre. Una espada
cruel la dejó maltrecha y malherida.
Mírala dolorosa y afligida,
sola, junto a mi triste cruz, plantada.

Ahí tienes a mi Madre Inmaculada.
Mírala al pie del árbol de la vida,
mírala intrépida, sin ser vencida
por la muerte, la noche ni la nada.

Te doy a Aquella a quien yo más quería,
la que es mi pan y paño de agonía.
Mira su corazón: es ya tu casa

abierta y encendida: ¡entra y pasa!
Ahí tienes a tu Madre y madre mía.
Mírala. Es nuestra Madre y es María.

Por: Francisco Contreras Molina


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