Ficha vigésimo séptima

Ficha vigésimo séptima: Jesús y el hombre rico (Lc 18, 18 – 30)
 
 Un personaje importante le preguntó: Maestro bueno, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno más que uno, Dios. Ya sabes los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no darás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre. Él replicó: Todo eso lo he cumplido desde pequeño. Al oírlo Jesús te dijo: Aún te queda una cosa: vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que tendrás un tesoro en el cielo; y, anda, sígueme. Al oír aquello se puso muy triste, porque era riquísimo. Viéndolo tan triste, dijo Jesús: ¡Con qué dificultad entran los que tienen mucho en el Reino de Dios! Porque más fácil es que entre un camello por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios. Los presentes exclamaron: Entonces, ¿quién puede salvarse? É1 les contestó: Lo que el hombre no puede, lo puede Dios. Pedro le dijo: Pues, mira, nosotros hemos dejado lo que teníamos y te hemos seguido. Jesús les dijo: Os aseguro: No hay ninguno que haya dejado casa o mujer, o hermanos, o padres, o hijos por el Reino de Dios que no reciba en este tiempo mucho mas y en la edad futura vida eterna.
 
 Lectura:
 
 Dios nos ha revelado el camino de la vida, de la felicidad verdadera. Los «mandamientos» divinos no son normas arbitrarias, ni meras reliquias de una cultura ancestral. Expresan la orientación básica de toda vida rectamente ordenada hacia su fin: la felicidad plena en la comunión con Dios y el prójimo.
 Tres acentos de Jesús: La primacía del Dios «bueno»; los mandamientos del amor al prójimo; la llamada al seguimiento. Porque es con Él y en Él como vive del todo este amor a Dios y a los hombres. Como se «entra en el Reino».
 «Lo he cumplido» desde pequeño. San Marcos, tan atento a los sentimientos y la humanidad de Cristo, añade aquí un detalle precioso: «Jesús le miró y le amó». Pero también Mt y Le muestran la aprobación de Jesús hacia ese hombre al dar el siguiente paso: «una cosa aún te falta»…
 «Vende lo que tienes y repártelo a los pobres». Cristo a todo renuncia por amor al Padre y a los hombres. Así vive a fondo la Ley y hace presente la vida eterna. Abnegación solidaria, que de todo se desprende a favor de los que sufren, que en Jesús nace de su amor exclusivo y total al «único bueno». El discípulo es llamado a vivirla: «cargue con su cruz y me siga» (Le 9,23; 14,27). Apegado a sí mismo y sus cosas, insensible al sufrimiento ajeno, empeñado en ser señor de mi vida, no puedo entrar con Cristo en el Reino. Al final, la pregunta por la renuncia a todo, es pregunta sobre la verdad del amor a Jesús.
 «Los pobres». Cristo no habla de vaguedades o de realidades desencarnadas. A Él le preocupan los pobres. Le preocupa el hombre real, que carece de lo que más necesita.
 «Un tesoro en el cielo» Seguir a Jesús implica un amor que todo lo entrega por Él, y de Él lo todo lo recibe. El cielo no es un sitio entre las estrellas, es la comunión con Dios, el banquete del gozo eterno.
 «Sígueme» Participar en la vida de Cristo. Recorrer con Él su camino. Cambio radical de vida, dejando todo allá atrás, para estar con Él. Como los pescadores, como aquel recaudador de impuestos… Tal es la maravillosa invitación de Jesús.
 
 Meditación:
 
 También yo he ido dando pasos. Quizá no lo he cumplido todo desde mi juventud, he tenido mis fallos y quizá momentos en que… he estado lejos de vivir según los santos mandamientos de Dios. Pero he venido dando pasos. Mi vida ya no es la que era. Y sobre todo… ¡busco en Cristo la vida eterna! Yo quiero vivir de verdad, vivir a fondo y no quedarme en medias tintas. ¡Quiero vivir del todo lo que tú, Señor, me descubres, me insinúas, me susurras! ¡Muéstrame tú el camino! Señor, siento que me llamas a más, sé que algo aún me falta, y es esa especial intimidad contigo.
 Y algo me sobra. Estoy demasiado lleno de mi y de mis cosas. Lleno de miedos, que intento acallar con mis cosas, buscando seguridades, con mis cualidades, con mis recursos… Pero quedarme sin nada…, rendirme del todo…, dar todo a los pobres…, hacer de ti, Señor mi única riqueza, mi tesoro en los cielos… ¡Es un auténtico reto, y una magnífica oferta! ¡Una exigencia absoluta y una absoluta promesa! ¿Señor, me fío de ti lo suficiente? ¿Me atrevo?
 Hay muchos modos de seguirte. Todos buenos, todos santos. Y a cada uno ofreces el suyo, peculiar, propio. También a mi. Mi modo peculiar y único de ser discípulo tuyo. Los hay monjes, misioneros, agentes de la caridad, educadores, animadores sociales, esposos cristianos, sacerdotes, religiosos… Tantos y tantos modos de seguirte. ¿Cuál es mi camino, Señor? ¿Qué es lo que me propones? ¿A qué oferta de vida me llamas?
 El matrimonio cristiano es imagen del amor de Cristo. No es mero romanticismo, ni un sentimentalismo egoísta. Es querer el bien del otro hasta unirme a él de por vida. Es un amor tan intenso y entregado, que germina en la nueva vida de los hijos, inmenso regalo. ¿Sé vivir como cristiano mi amor, mi vida de pareja?
 Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
 
 Oración:
 
 Es momento de un diálogo sincero. Y muy personal. Ante Cristo que me invita ¿qué respondo? ¿qué es lo que siento? Hablar con Él de mi alegría, de mis búsquedas, de mis miedos… Pedir su gracia, que nos dé valentía, fortaleza en nuestras vacilaciones. ¿Será hoy el día en que te yo te responda? Ayúdame, Señor. Dame fuerzas. Hazme libre. Hazme tuyo.
 
 Contemplación:
 
 Vemos imaginativamente la escena, como si estuviéramos allí mismo. En realidad estamos en ella, porque el Señor hoy la renueva para nosotros. Miremos el corro de niños y discípulos, el rostro del «hombre importante»… Su sorpresa ante la enseñanza de Cristo. Su alegría de encontrarle. Su deseo sincero de aprender de sus labios. ¡Tantos otros le preguntan para ponerle una trampa! Éste viene con el corazón abierto, quiere ser discípulo verdadero.
 Ver a Cristo hablando del Padre: «Él es el único Bueno». ¿Cómo es el rostro de Jesús cuando habla de Dios su Padre? ¿Cómo suenan sus palabras? Escuchar de sus labios los mandamientos. Y captar la oferta de vida que late en ellos.
 «Ya los cumplo». Las miradas. Jesús mira con afecto. «Una cosa aún te falta…» En el rico, desconcierto. ¿Qué siente el Señor al hacer su oferta? Ver sus esperanzas. Ver su deseo. ¡Ojalá acepte este muchacho, ojalá sea un hombre del Reino!
 ¿Pero qué retiene a este hombre? ¿Qué le pesa? ¿Qué le tiene tan robada la libertad? No se atreve. La tristeza. Ver de nuevo las miradas. Lágrimas quizá. ¿En los ojos de Cristo? ¿En los del que retrocede?
 Y los discípulos. Oír a Pedro. Y el diálogo con Cristo. Ciento por uno y luego el Reino…
 En nuestro mundo los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Una sociedad global cada día más injusta y violenta ¿Cómo afecta esto a mi fe? Tengo que revisar mi modo de vivir como cristiano, mi solidaridad efectiva, en dinero, pero también en tiempo, en participación, en actuaciones concretas a favor de un mundo más justo y al servicio de los que más sufren.
 ¿Hasta cuando voy a estar dando largas? La paciencia del Señor conmigo, es verdad, no tiene medida. Pero cada día que paso sin dárselo todo, es un día verdaderamente perdido. Y corro el riesgo de acostumbrarme a ser tibio, a darle largas, a nadar y guardar la ropa… Preferir mil cosas en vez de preferirle a Él. Sólo se gana lo que se entrega. ¿De verdad amo a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como el Señor me ha amado?
 
San Francisco de Asís

 
 Él, siendo rico, quiso sobre todas las cosas elegir, con la beatísima Virgen, su Madre, la pobreza en el mundo. (Carta II los fieles 4-5).
 San Ignacio de Loyola
 Por imitar y parecer(me) más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo (Ejercicios Espirituales 167).
 
 Santa Ángela de la Cruz
 
 Después de cien años, la que vea una Hermana de la Cruz pueda decir: Se ve a las primeras; el mismo hábito exterior y el mismo interior; el mismo espíritu de abnegación, el mismo de sacrificio… Son las mismas, la providencia para los pobres: dan de comer al hambriento, visten al desnudo, buscan casa a los peregrinos, visitan a los enfermos, los limpian, los asean, los velan sacrificando su reposo. Son todas para los pobres, mirándolos no sólo como hermanos, sino como señores, y los acompañan y están con ellos a su lado… (Carta de año de 1925).

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