Ficha vigésimo segunda

Ficha vigésimo segunda: Jesús anuncia su pasión, muerte y resurrección (Lc 9, 18 – 24)

Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. É1 les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro tomó la palabra y dijo: El Mesías de Dios. É1 les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Y, dirigiéndose a todos, dijo: el que quiera seguirme, que se niegue así mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.
Lectura:
Tras su primera experiencia evangelizadora, han visto a Jesús multiplicar sus pobres cinco panes para alimentar a una multitud, los discípulos han de responder sobre la identidad del Señor. Ellos traen «noticias frescas». Cuando predicaban y sanaban en nombre de Jesús ¿qué han escuchado a la gente? ¿Qué piensan de Él? ¿Qué es lo que están entendiendo?
Como subrayan los tres sinópticos, Pedro, espontáneamente, toma la palabra y responde a Jesús. No porque se lo han encargado, sino por su peculiar relación con Jesús. Pero su respuesta no es sólo suya, expresa lo que creen los demás discípulos, de alguna forma los personifica y representa. Esta figura del Pedro «portavoz» de los discípulos, reaparecerá con frecuencia. También, en Pentecostés, comenzará Pedro la predicación cristiana.
«Tu eres el Mesías de Dios». Jesús lo había proclamado en la sinagoga de Nazaret. Ahora es reconocido por Pedro y los discípulos. No sólo anuncia los tiempos mesiánicos, como piensa la gente. Él realiza la llegada de esos tiempos. San Mateo lo explícita aún más: «el Mesías, el Hijo del Dios vivo». Jesús responde aquí con la promesa del primado: «tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia… etc» (Mt 16,16ss).
Jesús les pide silencio. Esta reserva de Jesús aparece sobre todo en san Marcos. Jesús no quiere que se malinterprete su mesianismo. Sólo quien ha conocido del todo a Jesús, esto es, hasta la muerte y la resurrección, puede hablar de Él con acierto. Jesús no quiere despertar entusiasmos facilones. Invita a participar en su cruz para renacer a una vida nueva. Ahora es momento de ser «discípulos»… luego, tras pasar por el escándalo de la cruz y verle resucitado, recibirán la fuerza del Espíritu para ser «apóstoles». Por eso les anuncia de inmediato su pasión, muerte y resurrección.
Meditación:
Tomar parte en la cruz de Jesús, que Él abraza por nosotros… ¿No seré yo un seguidor «de boquilla», sólo teórico, sin abrazar su cruz? A veces, lo reconozco, estoy preocupado ante todo por mi propio bienestar, éxito, seguridad… como si me pudiera salvar a mi mismo, encerrado en mi torre de marfil. ¿Qué lugar ocupan los otros en mi vida? ¿Qué puesto ocupa el servicio desinteresado a los demás? ¿Qué sensibilidad tengo para los sufrimientos ajenos, para las injusticias del mundo, para los problemas del hambre, la opresión, la violencia, para comprometerme a favor de un mundo más conforme al designio de Dios?
El Hijo de Dios se ha hecho hombre, y ha cargado con nuestras miserias hasta el extremo de morir en la cruz, para que nosotros, uniéndonos a Él por la fe y el bautismo, incorporados a su muerte redentora, participemos también de su resurrección y nazcamos de nuevo como hijos de Dios. ¿Dónde está la novedad de mi vida como cristiano? ¿En qué se diferencia de la vida de quienes no creen?
«Negarse a uno mismo», en cristiano, implica primeramente este reconocimiento de la primacía de Dios, de que somos un don de Dios para nosotros mismos. Lo contrario de lo que la serpiente sugiere a Eva en el Paraíso. Es reconocer que sólo Dios es Dios. Y por tanto, no hacer de uno mismo la medida de todas las cosas, estar dispuesto a la renuncia, al sacrificio, al esfuerzo, a la generosidad. No vivir pendiente de uno mismo, de sus caprichos, sino pendiente de Cristo y por Él de las necesidades de todos los hombres. La «abnegación» es la virtud de los que saben amar. Y la característica de los hombres libres.
Oración:
«Tomar la propia cruz». ¿Y qué es la cruz? La cruz es la entrega de su propia vida que hace Cristo, por obediencia al Padre, en favor de los hombres. Jesús sabe que el Padre ama a los hombres y quiere librarlos de todo mal y hacerlos hijos suyos. Para cumplir esta voluntad de Dios, por puro amor a su Padre, acepta Jesús incluso su propia crucifixión. Tomar la cruz cada día es hacer nosotros lo mismo. Amar a Dios de tal modo que, por cumplir su voluntad, nos entreguemos cotidianamente al bien del prójimo, sin reparar en los sacrificios que ello pueda comportar. Sólo ama de verdad quien está dispuesto a sufrir, a pagar un precio por el bien de la persona amada. Con Cristo y por Cristo, podemos vivir este amor pleno y verdadero con la entrega de la propia vida… Es un don suyo, nos sobrepasa totalmente. Sólo podemos tomar la cruz… unidos a Cristo y con la ayuda de su gracia.
Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
Señor ¡yo quiero seguirte! Y quiero conocerte. Señor, enséñanos a orar, para identificarnos contigo, para vivir tan cerca de ti, que te conozcamos a fondo, y te amemos de verdad.
Señor, ¡yo quiero seguirte! Ayúdame a comprender el misterio de tu cruz. Líbrame de todo temor. Ponga en ti mi confianza. Que lo espere todo de ti. Que sólo espere en ti. Y así, Señor, que llegue a ser libre. Libre para darme a todos. Libre para vivir contigo. Libre para amar sin medida.
Señor ¡yo quiero seguirte! Y escuchar lo que tu me dices. Lo que tú me pides, lo que tú me sugieres, lo que tú me propones. Descubrir quien soy yo de verdad, y el inmenso valor de mi vida. Conocerme conociéndote, conocerme como tú me conoces. Por el camino, contigo. Viviendo tu misma vida.
Señor ¡yo quiero seguirte! Y vivir así contigo siempre. Hasta la cruz. Hasta la Vida.
Contemplación:
Contemplemos interiormente la escena. Jesús solo, en medio del campo. Y no lejos, sus discípulos. Mirar a Jesús que ora. ¿Qué le dice al Padre? ¿Qué le escucha decirle? ¿Cuál es su actitud? ¿Qué hay aquí de excepcional, para que los evangelistas nos hablen una y otra vez de cómo oraba Jesús?
Mirar ahora a los discípulos. Le contemplan. Desean participar de esa intimidad de Jesús con su Padre. ¿Qué piensan de Él? Acaban de regresar de predicar en su nombre y le han visto hacer milagros ¿Qué piensan de Él cuando le ven en presencia de Dios?
Ahora se vuelve hacia ellos. Les pregunta. Ver como se cruzan sus miradas, la expresión de sus rostros. Sus gestos. ¿Qué dicen de ti las gentes, Jesús? Lo que decían aquellos. Lo que dicen las gentes ahora. En el fondo, la misma necesidad de esperanza, la misma sed de salvación, expresada de modos tan diversos. También mi gente, la gente de nuestros días, vive esperando al Mesías… Y yo también se lo cuento. Ver a Jesús que escucha. Es amigo de escuchar. Escucha con una hondura infinita. Comprende. Ama la verdad de las personas. Es para mi, para quien hoy el Señor habla.
Vivimos con miedo. Por eso desconfiamos de todos y de todo, y tomamos la vida como una competición en la que «pisas o te pisan». Lo más contrario a la fe. Cristo, confiando totalmente en el Padre, nos enseña a amar y nos libera del miedo. Porque vivir preocupados de nosotros mismos, «queriendo salvar» la propia vida, lleva al desastre, al fracaso, a la perdición.
El hombre no es capaz de darse la salvación y la felicidad a sí mismo. Es un don que sólo puede recibir, nunca conquistar. El seguidor de Jesús aprende de Él a confiar, y así es liberado del miedo y aprende a amar, a entregar la propia vida por Cristo y con Cristo. Él no se ha preocupado de sí mismo, sino que confiando en el Padre ha amado a los hombres hasta dejarse matar por ellos, por nosotros.
Sobre Jesús todo el mundo opina, y mucho me interesa escuchar. Saber lo que piensa la gente. Pero quien es Cristo no lo aprendo de lo que digan unos y otros, ni de las campañas de prensa y los «estados de opinión». Su identidad, la revela Jesús mismo a quien acepta convivir con Él. Como dirá san Mateo no «los hombres, sino el Padre que está en los cielos» (Mt 16,17).
Conocer las opiniones para conocer a las personas, y para orar por ellas, y para poder entablar ese diálogo esencial a la evangelización. Pero conocer en primera persona a Cristo, cultivando la intimidad con Él en el seno de su Iglesia, que es su Pueblo y es su Cuerpo. Cristo está resucitado, vivo. Podemos tener acceso. En la fe de los apóstoles, que llenos de su Espíritu anunciaron lo que desde dentro conocieron. «No te lo han revelado (las opiniones de) los hombres, sino mi Padre que está en los cielos».

Beata Madre Teresa de Calcuta

Cuando Jesús vino a este mundo lo amó hasta tal extremo que dio la vida por él. Vino para satisfacer nuestra hambre de Dios. ¿Cómo lo hizo? Él se convirtió en Pan de Vida. Se hizo pequeño, frágil, desarmado por nosotros. Las migas de pan son tan pequeñas que incluso un bebé puede mascarlas, incluso un moribundo puede tragarlas. Jesús se convierte en pan de vida para apaciguar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de amor. No podríamos amar a Dios si Jesús no hubiese venido a ser uno de nosotros. Ha venido a ser uno como nosotros, excepto en el pecado, para hacernos capaces de amar a Dios. Creados a imagen de Dios hemos sido creados para amar, porque Dios es amor. Por su pasión, Jesús nos ha enseñado cómo podemos perdonar por amor, cómo podemos olvidar con humildad. ¡Encuentraa Jesús y encontrarás la paz! (Un ‘y a pas de plus grand amour, Lattés 1997,90)
Santo Maestro Juan de Ávila

Nosotros fuimos la verdadera y pesada cruz que el Señor llevó, y nosotros le apretamos como viga de lagar, y le hicimos derramar su santísima sangre; y así hemos de amar y sufrir a los prójimos, y darnos por esclavos de ellos, mirando en aquel Señor que el Jueves Santo se arrodilló delante de sus discípulos y les lavó los pies con agua, y el Viernes Santo lavó las ánimas con sangre de sus sacratísimas venas. No sea nadie suyo, alzándose consigo mismo, pues nos compró Cristo por precio muy justo, y nos mandó que por su amor amásemos con corazón, palabras y obras y verdadera paciencia a los prójimos, haciéndonos esclavos por amor, a semejanza de Cristo, que se hizo nuestro hasta morir por nosotros con amor. Esta es, señora, la prisa que nos hemos de dar para que el Señor nos halle aparejados para las bodas eternas, y nos haga compañeros de su gloria, que tiene aparejada para los que aquí le aman, y por su amor cumplen sus palabras, y llevan cruz y sirven a prójimos por Él. (Carta a una señora. Que las enfermedades son aguas y afeites…).


 

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