Ficha vigésimo primera: La multiplicación de los panes (Lc 9, 10 – 17)
Al volver los apóstoles, le contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Entonces se los llevó y se retiró con ellos en dirección a un pueblo llamado Betsaida, pero el gentío se dio cuenta y lo siguió. Él los acogió y se puso a hablarles del Reino de Dios, y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde y los Doce se le acercaron a decirle: Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida; porque aquí estamos en descampado. É1 les contestó: Dadles vosotros de comer. Ellos replicaron: No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío. (Porque eran unos cinco milhombres.) Jesús dijo a sus discípulos: Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta. Lo hicieron así, y todos se echaron É1, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
Lectura:
Para Jesús no cuentan los cálculos, sino el amor. Y compartir es un gran signo. No importa si los discípulos tienen mucho o poco, sino si están dispuestos a darlo. Cuando los envió sin nada, hasta los demonios se les sometían. También ahora, cinco panes y dos peces saciarán a cinco mil hombres. Basta que ellos se pongan en camino, basta que no se guarden lo poco que tienen. Es Cristo quien realiza en gran signo, sólo Él es quien salva a los hombres.
Pan, el alimento más común, como en la Cena del Señor. El gesto de Jesús es ritual, como el de la Ultima Cena: «los tomó, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio»… El pez, para un cristiano antiguo, es un símbolo de la presencia de Cristo.
En la Cena, Jesús dará el pan partido a los Doce diciendo: «tomad, comed». En esta especie de anticipación de la Cena, da los panes y peces partidos a los Doce, para que ellos los distribuyan. En adelante, lo suyo será predicar, y sanar y expulsar demonios. Pero también repartir el pan de Cristo, que sacia a cuantos se acercan para escucharle e implorar su misericordia.
Son sus mismos pocos panes y peces. Pero recibidos ahora de manos de Jesús, saciarán a la multitud. Y sobran doce cestos. Lo poco que son y tienen, puesto en manos de Jesús, se multiplica admirablemente. Los apóstoles serán como los contenedores del pan de Jesús, los testigos de la sobreabundancia de su amor por los hambrientos, de la plenitud del don de Dios que se nos ofrece en Jesús.
Meditación:
Hay una nueva lección que han de aprender esta tarde: la de la caridad que da todo confiando sólo en el Señor. Cinco panes y dos peces suman siete. Plenitud en las manos de Cristo, que alimentará a la multitud y aún sobrarán doce cestos, como el número de las tribus de Israel o del grupo de los apóstoles. Cinco panes y dos peces. Puestos sobre la mesa… ¡hambre para todos! Puestos en las manos de Cristo… ¡sobran doce cestos! En la obra del Evangelio, lo importante no es con cuantos medios contamos. Lo importante es si los ponemos enjuego, confiando sólo en el Señor. Todo el esfuerzo de la Iglesia no bastarían para salvar a un hombre si no fuera por la fuerza de Cristo, el que «siendo rico se hizo pobre».
¿Estoy yo dispuesto a poner lo poco que tengo a disposición de los hambrientos? Tantas veces me veo impotente, incapaz de solucionar tantos problemas… Pero ¿qué me pide Cristo, que solucione yo sólo los problemas del mundo, o que sea su discípulo y aún su apóstol? A veces saber lo poco que puedo se me convierte en excusa para no dar lo que tengo. Me digo a mi mismo que es insignificante, pero me aferró a ello como si fuese un tesoro, mi tesoro. Pero sólo se posee lo que se da, y mi único verdadero tesoro es Cristo.
El hambre y la eucaristía. En un mundo como el nuestro, en que tres cuartas partes de la humanidad pasan hambre ¿cómo puedo participar en la Cena y no salir luego corriendo a compartir lo que tengo con los que de todo carecen? La Iglesia siempre ha vinculado Eucaristía y Caridad, y separarlos es vaciarlos de contenido, «no discernir el Cuerpo de Cristo» (1 Cor 11,17-29)
Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
Oración:
En silencio dialoguemos ahora con el Señor. ¿Qué nos ha sugerido? ¿Qué necesitamos decirle? Será quizá nuestro agradecimiento, porque conmovido se detiene a hablarnos y a curar nuestras enfermedades.
Le contaremos, ilusionados, nuestras experiencias. También nosotros, pequeños apóstoles, hemos anunciado su palabra, y a Él le encanta escucharnos, alegrarse con nosotros, y ayudarnos a madurar como testigos suyos.
Le pediremos por este mundo dolorido, donde el hambre mata a tantos niños, donde las epidemias arrasan poblaciones, donde las injustas guerras destrozan a las gentes y el terrorismo asesina ciegamente. Este mundo, más rico y poderoso que nunca, y en el que nunca hubo tantos pobres.
Le hablaremos de la Eucaristía, festín suculento en que de un poco de pan y de vino se alimenta la Iglesia entera, recibiendo una energía que salta hasta la vida eterna.
Le pediremos que nos enseñe a no guardar nuestros panes, a no olvidarnos del pobre. Y a no desconfiar nunca de la fuerza salvadora de su palabra.
Contemplación:
Contemplemos ahora la escena. El rostro alegre de los discípulos. Corren hacia Jesús, se atropellan queriendo contarle las experiencias vividas. Como entraban en los pueblos, como acogían su palabra, como sanaron enfermos y hasta expulsaban demonios. Atónitos y felices le confían su alegría. Veamos a Jesús sonriente, feliz con la felicidad de los suyos. Y como les invita al retiro, a serenarse, a repasar con calma lo vivido, a interiorizarlo pausadamente junto a Él.
Ver a las gentes. Como acuden. Le buscan. De todas partes. ¿Qué dicen? ¿Qué es lo que quieren? ¿Qué puedo leer en sus rostros? Mirar la reacción de Jesús. «Muchachos, cambio de planes». ¿Cómo dar la espalda a aquellos a quienes Él ha sido enviado? ¿Cómo no acoger a estos pobres, que buscan la palabra y la salvación?
Atónitos, los discípulos contemplan a su Maestro. De nuevo son ellos testigos de cómo sana y predica. Ahora con la experiencia de una primera participación en esa misma misión. ¿Cómo miran a Cristo? ¿Y a las gentes? Ahora tienen una comprensión más profunda, más real, de quién es Jesús y qué significa su obra…
Contemplemos el gesto de Cristo, que mira al cielo y da gracias.Tomando el pan Él lo parte, y se lo entrega para que lo repartan. Miremos a la gente comiendo, su hambre por fin saciada. Y el rostro de los apóstoles, antes huraño, ahora entusiasta. ¡A todos llega el pan de Cristo, que antes no era casi nada! Miremos el rostro de Jesús. Su sonrisa ante el hambre saciada. Su alegría ante la fe de los suyos. Su mirada, que ahora enseña callada. Y los doce cestos de sobras, testimonio del Dios que salva.
Es frecuente acudir a la oración cuando hay problemas, cuando necesitamos ayuda… Necesito descubrir también la alabanza y la acción de gracias. Compartir con el Señor entusiasmos y alegrías, y vivencias y esperanzas.
No puedo seguir viviendo la fe de espaldas a los pobres, sin ser verdaderamente sensible al dolor de tantos hermanos, mientras a mi no me falta nada. ¿Cómo voy a compartir lo que tengo? ¿Qué decisiones concretas puedo tomar en este terreno? Ya sé que no solucionaré los inmensos problemas del mundo, pero ¿voy a continuar sin hacer nada?
Mi confianza en el poder de Cristo. ¿Soy un creyente en la práctica? ¿O afirmo que Él todo lo puede, pero no le dejo hacer nada?
El Catecismo de la Iglesia Católica
Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (n° 1335a).
Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo. Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos. […] Se trata de «nuestro» pan, «uno» para «muchos»: La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (n° 2831-2835).
Pablo VI
Fiel a las enseñanzas y al ejemplo de su divino Fundador, que dio como señal de su misión el anuncio de la Buena Nueva a los pobres, la Iglesia nunca ha dejado de promover la elevación humana de los pueblos, a los cuales llevaba la fe en Jesucristo. Al mismo tiempo que iglesias, sus misioneros han construido hospicios y hospitales, escuelas y universidades. Enseñando a los indígenas, el modo de sacar mayor provecho de los recursos naturales, los han protegido frecuentemente contra la codicia de los extranjeros. Sin duda alguna, su labor, por lo mismo que era humana, no fue perfecta y algunos pudieron mezclar algunas veces no pocos modos de pensar y de vivir de su país de origen con el anuncio del auténtico mensaje evangélico. Pero supieron también cultivar y promover las instituciones locales. En muchas regiones supieron colocarse entre los precursores del progreso material no menos que de la elevación cultural (Populorum Progressio 12).