Ficha vigésimo octava

Ficha vigésimo octava: El encuentro con el ciego de Jericó (Le 18, 35 – 43)

 Cuando se acercaba a Jericó había un ciego sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le explicaron: Pasa Jesús Nazareno. Entonces gritó: Jesús, hijo de David, ten compasión de mi Los que iban delante le regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mi ‘»Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó ¿Qué quieres que haga por ti? Él dijo: Señor, que vea otra vez. Jesús le contestó: Recobra la vista, tu fe te ha curado. En seguida recobró la vista y lo siguió glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.
 
 Lectura:
 
 Jesús es conocido como el Mesías. O como uno que pretende serlo. Para el ciego lo es sin duda. El Mesías que se dirige a Jerusalén para tomar posesión de su reino. Y conforme a los antiguos profetas, devolverá la vista a los ciegos. Lo prometía el texto de Isaías que leyó Jesús en la sinagoga de Nazaret el día que comenzó su camino.
 «Ten compasión de mi». El grito de quien todo lo precisa y nada por sí mismo puede. Y el grito de la esperanza. El callejón sin salida del ciego, de pronto se abre al futuro. El grito del que vive en tinieblas es ya alba de sus ojos, porque se acerca el «sol que nace de lo alto». Jesús, el Mesías de Dios, es la presencia misma de la misericordia divina. Viene a liberar a su pueblo de toda opresión y miseria. Viene a traer el Reino a los postrados y hundidos. Es la oferta viva de una vida nueva.
 Jesús sigue a la escucha. No habla, pregunta. ¿Qué quieres? La importancia del deseo. Concreto, real. La salvación que trae este Mesías no es abstracta, o desencarnada. Responde a necesidades concretas que el hombre experimenta como tales. Y a través de ellas, comunica la luz nueva de Cristo. El cristianismo siempre lo ha entendido así. Por eso cultiva la más confiada y concreta oración de petición. Y por eso es la caridad con el pobre su distintivo perenne.
 La importancia del deseo. El cristianismo no anula el deseo humano, lo dirige a Jesucristo. No se trata de ser superhombres, insensibles al dolor del mundo. Se trata de poner ante el Señor el deseo profundo de nuestro corazón. Que Él sane nuestras heridas y dé plenitud a nuestros anhelos. En el fondo, se trata de desearle a Él mismo, en quien todo bien se halla. Por eso el ciego, recobrada la vista, lo seguirá alabando al cielo.
 
 Meditación:
 
 El ciego y Cristo que pasa. Mi gran oportunidad. Porque hoy soy yo aquel ciego que clama al Señor ¡piedad! ¿Soy consciente de estar ciego? ¿Me doy cuenta de mi oscuridad? ¿O soy un soberbio curioso, que mira el paso de Cristo como una atracción de feria?
 Pobre y fuera del camino, el Señor me llama junto a Él. Le importo. Le importo mucho. No pasa de largo ante el gemido de quien le invoca con fe. Quiere escuchar de mis labios mi historia, lo que necesito. Me pregunta, se interesa. Y me da su salvación. No he de temer mi ceguera, sino que se acalle mi voz.
 ¡Ojalá me encuentre con ciegos que, dejándose curar por Cristo, abran a su vez mis ojos! ¡Ojalá reconozca a sus enviados y me deje conducir por ellos! ¡Ojalá mi ceguera no me aisle, y me deje yo guiar hacia el Señor!
 Cristo pasa ahora. El momento crucial de la vida. La ocasión de llamarle, de gritar su nombre, de confiarle el anhelo profundo de mi corazón, de poner en Él fe y esperanza. De recibir su luz y seguirle por el camino. Cristo viene constantemente, en cada acontecimiento, en cada cruce del camino, en cada hombre… Todo tiempo es tiempo de gracia para quien sabe reconocerse ciego y clamar «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mi!»
 Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
 
 Oración:
 
 Nuestra oración de hoy, podría consistir, sencillamente, en repetir el grito del ciego con la voz del corazón. ¡Ten misericordia, Cristo! De mi, de nuestra comunidad, de nuestro mundo, de tu Iglesia, de los pobres, de los que carecen de la luz de tu amor… ¡Ten misericordia, Señor!
 
 Contemplación:
 
 También un ciego puede contemplar, con la mirada del corazón. La que sólo alumbra Cristo, y su Espíritu en nuestro interior. Recorreremos la escena, fijándonos vivamente en los detalles (la puerta de Jericó, el bullicio de la gente, el desconsuelo del ciego, el aproximarse de Cristo, el revuelo,…). No es pura imaginación: nos representamos tan vivamente los detalles que ofrece el texto porque queremos «estar presentes», vivir en primera persona la escena que contemplamos. En realidad lo estamos. Cristo está presente hoy, aquí, entre nosotros. Tenemos acceso a El. Hoy pasa por nuestro lado, escucha nuestro clamor; hoy nos llama, y nos ayuda; hoy nos pregunta ¿qué quieres de mi? Al contemplar aquella escena, asistimos al día de nuestra propia curación. Porque hoy quiere salvarnos Cristo, abrirnos los ojos y el corazón.
 Ver como le sigue aquel ciego, por su camino de entrega y amor. ¡Quiero estar contigo, Jesús! También yo puedo marcharme con Él. Viendo todo con los ojos nuevos del evangelio. Conviviendo estrechamente con Jesús. Alabando en todo a Dios.
 Y mirar por fin a las gentes, que ahora alaban al Señor. ¡Abre mis ojos, Señor, y haz de mis llagas testimonio de tu amor!
 
 Para nuestra vida :
 
 ¿Quién se acuerda de los pobres? Muchos son los que, en nuestro mundo, está al borde del camino, pidiendo limosna sin ser escuchados. Dos tercios de la humanidad pasa hambre. Cristo no pasa de largo, y tampoco nosotros, su Iglesia, podemos ser insensibles al clamor de los que piden piedad.
 ¡ Señor, ten misericordia! Y pedir por los que no invocan. Convertirme en voz de los que no saben o no pueden rezar; compartir el don de mi fe con quienes no se dirigen a Cristo porque no creen en Él. Interceder por tantos ciegos, es un servicio vital, profundamente cristiano.
 
 San Gregorio Magno
 
 El que ignora la luz divina, está ciego. Y el que cree en el Redentor, se sienta junto al camino. Pero si, aunque crea, descuida la oración para pedir la luz eterna, es un ciego que se sienta junto al camino, pero sin mendigar. Sólo quien ha creído y reconociendo la ceguera de su corazón reza pidiendo la luz de la verdad, es un ciego que junto al camino mendiga. Pero quien reconoce las tinieblas de su ceguera y comprende la maravilla de esta luz eterna que le falta, que invoque con las entrañas de su corazón, que invoque con toda la expresividad de su alma, diciendo: «Jesús, Hijo de David, ten compasión de mi»…
 
 El Catecismo de la Iglesia Católica
 
 El Nombre que todo lo contiene es aquél que el Hijo de Dios recibe en su encarnación: Jesús. El nombre divino es inefable para los labios humanos, pero el Verbo de Dios, al asumir nuestra humanidad, nos lo entrega y nosotros podemos invocarlo: «Jesús», «YHWH salva». El Nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir «Jesús» es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su Nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él.


 

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