Ficha vigésimo novena

Ficha vigésimo novena: La última cena (Lc 22, 7 – 32)
 
 Llegó el día de los Ázimos, en que había que sacrificar el cordero pascual. Entonces envió a Pedro y a Juan diciéndoles: Id a prepararnos la cena de Pascua. Le preguntaron: ¿Dónde quieres que la preparemos? E1 les contestó: Mirad: al entrar en la ciudad os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo hasta la casa donde entre, «y decidle al dueño: El maestro te pregunta que dónde está la habitación donde va a comer la Pascua con sus discípulos. El os mostrará una sala grande con divanes en el piso de arriba. Preparadla allí. Ellos se fueron, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Llegada la hora, se sentó con sus discípulos y les dijo: He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el Reino de Dios. Y tomando una copa pronunció la acción de gracias y dijo: Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el Reino de Dios. Y tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros. Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del Hombre se va según lo establecido; pero ¡ay de ése que lo entrega! Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: Los reyes de las naciones los dominan y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. Porque, ¿quién es más, el que está en la mesa o el que sirve?, ¿verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el Reino como me lo transmitió mi Padre a mí: ‘»comeréis y beberéis a mi mesa en mi Reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel. Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.
 
 Lectura:
 
 La fiesta de la Pascua conmemora de la liberación de Egipto. Dios ha escuchado el clamor del pueblo y compadecido de su opresión ha venido liberarlo la esclavitud. El rito del sacrificio del cordero marca la salida hacia el desierto. Un largo camino para ofrecer a Dios un culto verdadero. En el Sinaí el Señor establecerá con ellos su Alianza: «vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios». En el contexto de esta fiesta, Jesús desvela a los suyos el sentido de su inminente pasión, muerte y resurrección.
 «Pronunció la acción de gracias». Una larga plegaria judía, equivalente a nuestra larga «plegaria eucarística». La palabra «eucaristía» significa «acción de gracias», y ha llegado a ser el nombre de esta cena cultual cristiana, que también llamamos «Santa Misa», «Fracción del Pan» o «Cena del Señor». Luego les entrega el pan y el vino para que sean repartidos. Como en la multiplicación de los panes. Los discípulos no sólo asisten, sino que «toman parte» en la cena. Este compartir pan y vino expresa la comunión. Con Cristo y entre ellos, y con lo que significa esta Cena. Comunión con su cuerpo y su sangre, con su entrega, con el Reino, con la Nueva Alianza.
 Esto «es» mi cuerpo; esta copa «es» la Nueva Alianza sellada con mi sangre. El realismo y la fuerza de estas expresiones no han dejado de impresionar a través de los siglos. Bien expresa san Juan este misterio: «yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá eternamente; el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo; mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida; el que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mi y yo en él» (Jn 6,51.55-56)
 La libertad de Jesús: «Se entrega». La muerte de Cristo es el mayor gesto de amor. Por fidelidad al plan del Padre, por amor a la voluntad de Dios, Jesús acepta entregar su vida para librarnos de la muerte.
 En los versículos 24-27, la sorprendente disputa sobre quien es el mayor. Cristo acaba de expresar la razón e inmediatez de su muerte y ellos ¡ se pelean por la primera silla! No extraña que dentro de poco le abandonen. Sólo cuando le vean vivo, resucitado, hallarán la humildad de la fe, y cuando el Espíritu les inunde con lenguas de fuego, el coraje del anuncio evangélico. Por ahora, discípulos torpes, el mensaje del Maestro les supera.
 Para el tiempo nuevo que llega, les ofrece una nueva enseñanza. La lógica del servicio. La Iglesia no es una sociedad cualquiera. No como los jefes de las naciones, sino a ejemplo del Señor, que está a la mesa «como el que sirve». ¡Cómo no recordar aquí la escena joánica del lavatorio de los pies! (Jn 13,4ss). La autoridad en la Iglesia se ejerce «en nombre de Cristo», «in persona Christi». Ha de reproducir siempre los rasgos del Humilde Siervo.
 
 Meditación:
 
 ¿Cómo vivo hoy la Eucaristía? ¿Es para mí fuente, culmen y centro?
 En cada misa se entrega Cristo, y nos llama a comulgar con su misterio. Participar significa, sobre todo, entrar en este profundo encuentro. Es fiesta… de la entrega de Cristo. Banquete… de las bodas del Cordero. Encuentro… con el Señor del calvario. Fraternidad… porque está Cristo allí en medio. Su eje es el sacrificio de Cristo. En aquella Ultima Cena, ahí puso Jesús el acento.
 A la misma mesa de Jesús se sienta aquel que le entrega. Necesito preguntarme por la verdad de mi comunión con Cristo, y por la sinceridad de mi entrega a Él, cada vez que me acerco a la Eucaristía. Por eso comenzamos siempre con el acto penitencial, y reconocemos con el centurión que «no soy digno de que entres en mi casa», con la esperanzada certeza de que «una palabra tuya bastará para sanarme». Sin el sobrecogimiento de saberme indigno, agraciado, y sin el realismo de saber que puedo convertirme en el traidor que le entrega… acaso participaría en la cena de Cristo como un inconsciente, sin darme cuenta de su hondura, de lo que en ella se juega.
 La Eucaristía me lleva a servir más y lucir menos. A amar de verdad y a ponerme a los pies de los más pequeños. No es escaparate para los vanidosos esta mesa que prepara el Reino. Comulgar el cuerpo del que dice «tomad y comed de él» nos lleva a darnos como alimento. Hay demasiada hambre en el mundo, demasiado dolor, demasiado desencuentro. Comulgar con Jesucristo nos transforma en lo que comemos. Perseverar en las pruebas de Cristo, hacerme cada día, por amor, más pequeño. Hacerme por amor más humilde, más olvidado de mí, más fraterno.
 Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
 
 Oración:
 
 Dialogar con Jesucristo, presente en la Eucaristía. ¿Por qué te das? ¿Qué me entregas? ¿Cómo es el Padre? ¿Cómo ves a los hombres? ¿A que precio nos amas? ¿A que servicio nos invitas? El amor de Dios y el dolor del mundo se encuentran en la Eucaristía: «por vosotros y por todos los hombres»… ¡Gracias, Señor!
 Vivir la Eucaristía. Pidamos a Jesucristo que nos enseñe a participar más auténticamente en la misa. Y a partir de ella, que renueve nuestra vida totalmente a su imagen. Podemos concluir con un canto eucarístico.
 
 Contemplación:
 
 La contemplación de la cena de Cristo, se realiza del mejor modo celebrando la santa Misa. Quizá sea hoy un día apropiado para una celebración del pequeño grupo que se reúne para la Lectio Divina. Una celebración especialmente contemplativa, sin muchas palabras, más pausada, sobria y bien preparada. Especialmente significativa. La contemplación es un «tomar parte» afectivo, es revivir la escena metiéndonos en ella. Y eso lo hacemos, como nunca, partimos de nuevo el pan de Cristo «en memoria mía». Nada hay más contemplativo que la celebración de la Eucaristía.
 Otra posibilidad es realizar la Lectio al menos hoy en una capilla, y concluir exponiendo el Santísimo, de modo que la «contemplación» consista en un mirarle, verdaderamente presente, en medio de sus discípulos. Podemos entonces releer, mirando a Cristo, el relato de la Cena. El texto nos habla de éste que está sobre el altar. Sus palabras las pronuncia Cristo de nuevo, en este momento, para nosotros. Sus gestos son los que el Señor realiza ante nuestros ojos. Su presencia es ahora permanente. Su entrega, llega a todos los rincones de la tierra. No hay hombre sólo o dolorido por quien no se derrame la sangre de este ante quien nos encontramos ahora. Él me invita a sentarme a su mesa. Y al servicio humilde, y a ser pregonero del Reino.
 La vinculación estrecha entre Caridad y Eucaristía. Jueves Santo y Corpus Christi son jornadas especialmente vinculadas al amor cristiano a los pobres. San Pablo dirá a los Corintios, que si no cuidan la mesa de los pobres, eso ya no es comer la Cena del Señor (1 Cor 11,20ss). Yo no puedo ser ajeno a ese amor, a esa preferencia real y efectiva por servir a los que tienen menos. Por ayudar al que sufre. Comprometerme por un mundo nuevo.
 Caridad eucarística y caridad política. No basta la ayuda aislada a cada individuo. El mundo está mal organizado. Es necesario que los cristianos aportemos los criterios nuevos que brotan de la mesa de Cristo. Sin pervertir el evangelio con las luchas de poder e intereses que a veces pueden tentar al mundo de la política, pero proclamando, como siempre ha hecho la Iglesia, que el servicio de un político auténtico, honesto, es una excelsa forma de caridad. No podemos dejar la luz del Evangelio bajo del celemín de las sacristías, sino ponerla en alto para que alumbre a todos los de la casa. Necesitamos redescubrir el coraje y la urgencia servir a la cosa pública con nuestro compromiso cristiano.
 
 San Justino, Mártir
 
 El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias y todo el pueblo exclama diciendo «amén». Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre de ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. Y celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos (Apología I al emperador Tito 67).
 
 Santa Teresa de Lisieux
 
 En la última cena, cuando el corazón de sus discípulos ardía con un amor más vivo hacia Él, que acababa de entregarse a ellos en el inefable misterio de la Eucaristía, aquel dulce Salvador quiso darles un mandamientos nuevo. Y les dijo con inefable ternura: os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros. ¿Y cómo amó Jesús a sus discípulos, y por qué los amó? […] Jesús los llama sus amigos, sus hermanos. Quiere verles reinar con él en el reino de su Padre, y, para abrirles las puertas de ese reino, quiere morir en una cruz, pues dijo: Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. (Historia de un alma 10, 11-12).


 

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