Ficha trigésima: El proceso contra Jesús (Lc 22, 66 – 23, 25)
Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron: Si tú eres el Mesías, dínoslo. É1 les contestó: Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Desde ahora el Hijo del Hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso. Dijeron todos: Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios? Él les contestó: Vosotros lo decís, yo lo soy. Ellos dijeron: ¿Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca. Se levantó toda la asamblea y llevaron a Jesús a presencia de Pilato y se pusieron a acusarlo diciendo: Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que Él es el Mesías rey. Pilato preguntó a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Él le contestó: Tú lo dices. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: No encuentro ninguna culpa en este hombre. Ellos insistían con más fuerza diciendo: Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea aquí. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de Él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero Él no le contestó ni palabra. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco «Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de Él; y, poniendo una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se ha probado Así que le daré un escarmiento y lo soltaré Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa diciendo: ¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás. (A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.) Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: ¡Crucifícalo, crucifícalo! É1 les dijo por tercera vez: Pues ¿qué ha hecho éste? No he encontrado en Él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré. Ellos se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio.
Lectura:
En el proceso y muerte de Jesús está presente todo el rechazo de Dios por parte de la humanidad, y todo el pecado del mundo deja caer sobre el Cristo su peso. La libertad con que Jesús se entrega hace presente la infinita misericordia del Padre. Así el amor y la gracia penetran hasta lo más profundo de lo humano y lo redimen desde dentro.
Ante el gobernador romano se le acuada de ser buscar la sedición contra Roma reclamando para sí el reino. Pilato, lo hemos visto, no llega a creerse este cuento. En el contacto con Cristo percibe que no se trata de eso. En su porte, en sus pocas palabras y en la hondura de sus silencios.
Herodes busca el espectáculo, no se toma a Jesús en serio. Espera ver algún milagro, sabe de qué es capaz el galileo. No da crédito a los acusadores, pero le irritan Jesús y su silencio. Los milagros de Jesús son palabra, signos de la llegada del Reino, no espectáculo de feria para entretener a un incrédulo. Ante Heredes, que está cerrado, se reducen a silencio.
Heredes y Pilato se hacen amigos. Los símbolos del poder romano y el poder judío se alian en el rechazo a Jesús. Los responsables de la muerte de Jesús no son los judíos. Tampoco los romanos. La confluencia de ambos, y los gritos de la gente, indican que es la entera humanidad pecadora, la que carga su mal sobre Cristo. Culpar a un pueblo en concreto, como a veces se ha hecho con el pueblo judío, es absurdo. Es tirar balones fuera. Los responsables somos, en definitiva, todos. Y, lo que es mucho más grande… ¡los beneficiarios de esta entrega amorosa de Cristo somos también todos los pueblos! Por todo pecador muere Cristo, y a todos ofrece el perdón y el Reino.
Barrabás. Quizá un activista antiromano. Ciertamente un asesino. Prefieren la libertad de un criminal. Pilato libera al culpable y entrega al inocente. Por miedo. «Se le echaban encima pidiendo a gritos que lo crucificara». Contra toda justicia, todo el mundo se ha confabulado para que Jesús muera como un criminal. Pero el criminal es el pueblo, que ruge por esta sangre inocente. Y el criminal es Pilato, que «decidió que se cumpliera su petición» y «se lo entregó a su arbitrio». Jesús, el que muere, es el justo. De Él brotará la justicia. En Él se nos ha dado.
No se dicta sentencia formal. Jesús va a la muerte empujado por la masa, y por la malquerencia de unos y la pusilanimidad de otros. Morirá bajo el peso del pecado de todos.
Meditación:
¿Qué me dice este relato? La justicia y la injusticia, la verdad y la mentira, la inocencia y el pecado ¿qué me dice este relato?
Reconocer la inocencia. Jesús la encarna. A veces no soporto al inocente, me irrita. Me siento denunciado, puesto en evidencia. Otras veces… en el fondo le admiro, añoro vivir la inocencia, pero me falta coraje. Sólo de Cristo puedo aprender a llevar una vida inocente. Unido a Él, es posible. ¡Y es tan hermoso, tan deseable!
Salir de las redes de la mentira, de la autojustificación, del engaño. Abandonar la desconfianza, y la violencia. Jesús no se defiende, ama. Jesús no busca escaparse, ama. Jesús no calla la verdad, ama. Jesús no se mira a sí mismo, ama.
La búsqueda de la eficacia. Si lo que cuentan son los resultados, para conseguirlos cualquier vía es válida. Así actúan Pilato y el Sanadrín. Cuando yo sigo esa misma lógica… ¿no le estoy condenando de nuevo? Jesús sigue otro criterio: la verdad, el amor a la voluntad del Padre, buscar el bien de quien lo maltrata.
«Tú lo dices». Jesús no dice por sí mismo nada. Son los mismos que le acusan los que proclaman su identidad. «El Mesías», el «Hijo de Dios», el «Rey de los judíos». No es que no le reconozcan, se trata de que le rechazan. ¿Te reconozco yo, Jesucristo, que entregándote me salvas?
Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
Oración:
¿Qué puedo yo decirte, Jesús del silencio? Tu callas por mi, te entregas por mi, y muriendo me das la vida. Jesús inocente que limpias mis pecados en el manantial de tus llagas, con el licor de tu sangre.
Mientras todos gritan, y los jueces mienten… Jesús nos escucha. Acoge todo lo nuestro. Ante el Jesús callado del proceso, puedo expresar todos mis dolores. Y los del mundo. Él los acoge, los hace suyas. Y con el amor que le lleva al madero, los transforma en gracia.
¡Enséñame a entregarme, Jesús inocente! ¡Quiero entregar hoy mi vida, como tú y contigo, en una entrega callada, en favor de todos los hombres!
Quizá sea apropiado un canto del repertorio de Semana Santa. O quizá, probablemente, el mayor bien sea hoy el silencio.
Contemplación:
Yo estoy en esta escena. Entre el Senado, en el Pretorio, entre el pueblo. Entre los que ríen con Heredes, entre los que prefieren a Barrabás. Ver el proceso de Jesús desde la piel de quienes me representan, de quienes lo matan, pues por causa mía, Cristo ha muerto. Sentir horrorizado como es de mi propia garganta, del pecado de mi vida, de donde brota aquel el grito: ¡Crucifícalo, es un blasfemo!
Y mirarla desde los ojos de Cristo. Él está allí en favor nuestro. Haciendo suyas mis cargas, en Él me reencuentro de nuevo. ¿Cómo mira a los que gritan? ¿Y a sus jueces? ¿Cuáles son sus sentimientos? Cristo mira sin violencia, sin rencor y también sin miedo. La mirada de Cristo es majestuosa, pero humilde. Su mirada de misericordia sobre los hombres, también sobre quienes creen tener las riendas de los acontecimientos.
Mirar como Jesucristo me mira. Dejarme renovar por dentro. Su inocencia me hace inocente. Su amor a la verdad, sincero. La generosidad de su entrega… me hace posible nacer de nuevo.
¿Con qué actitud me enfrento al juicio de los otros? También yo soy a veces juzgado injustamente, y me toca pagar los platos rotos de los errores ajenos. ¿Cuál es el camino de la justicia? ¿Cómo reaccionar ante ello?
Jesús no es un masoquista, no busca el dolor y el sufrimiento. Pero ama hasta las últimas consecuencias, sin echarse atrás. Porque ama con el corazón del Padre, se entrega en nuestro favor por entero. ¿Cómo es mi amor por mi gente? ¿A que estoy yo dispuesto?
San Cirilo de Alejandría
¡Conducen a la muerte al Autor de la vida! [… ] La pasión de Cristo era como un lazo tendido al poder de la muerte, ya que la muerte del Señor era el principio y la fuente de la incorruptibilidad y de la novedad de vida (Comentario sobre el evangelio de san Juan 12).
Tomás de Kempis
Si te acoges devotamente a las llagas de Jesús, gran consuelo sentirás en la tribulación, no harán mella en ti los desprecios de los hombres, y fácilmente soportarás las palabras maldicientes. También Cristo fue despreciado por los hombres, y en los momentos de más necesidad fue abandonado por amigos y conocidos en manos de quienes le ultrajaban. Cristo quiso padecer y ser despreciado, y tú ¿te atreves a quejarte por cualquier cosa? Cristo tuvo adversarios y detractores, y tú ¿quieres tener a todos por amigos y bienhechores? ¿Cómo se coronará tu paciencia, si ninguna adversidad se te ofrece? ¿Cómo serás amigo de Cristo si no quieres sufrir ningún contratiempo? Sé fuerte, aguanta con Cristo y por Cristo, si quieres reinar con Cristo. Con que sólo una vez penetrases en el interior de Jesús y gustaras un poco de su amor ardiente, no te importaría nada ya tu fortuna o tu infortunio. Al contrario, te alegrarías de las injurias que te hiciesen; porque el amor de Jesús hace al hombre olvidarse de de sí mismo (De la Imitación de Cristo 2,1,17-22).
Fray Luis de León
Lo flaco y lo despreciado de Cristo, su pasión y su muerte, aquel humilde escupido y escarnecido, fue tan de piedra, quiero decir, tan firme para sufrir y tan fuerte y duro para herir, que cuanto en el soberbio mundo es tenido por fuerte no pudo resistir a su golpe; mas antes cayó todo quebrantado y deshecho, como si fuera vidrio delgado (De los nombres de Cristo. Libro I, «Monte «).