Ficha sexta

Ficha sexta: El nacimiento de Jesús (Lc 2, 1 – 20)
 
 Por entonces salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
 También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba en cinta.
 Y mientras estaban allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
 En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño. un ángel del Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de claridad y se llenaron de gran temor.
 El ángel les dijo: No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
 De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios ama.
 «Cuando los ángeles los dejaron y subieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor. Fueron corriendo y encontraron a María y a Jose y al niño acostado en el pesebre. Al verlo contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
 Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
 Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
 
 Lectura:
 
 Fijémonos una vez más en el interés de Lucas por situar históricamente sus narraciones: no propone teorías ni transmite mitos, sino que cuenta hechos acontecidos en la historia real de los hombres. Así los pastores contarán los que «han visto y oído» y por eso alaban a Dios. Esta es una importante característica de la religión bíblica, y en especial del cristianismo.
 Al mencionar a las autoridades romanas, san Lucas encuadra en la historia universal el nacimiento de Jesús: afecta no solo al pueblo judío, sino a todos los hombres.
 Aunque san José no es el padre biológico de Jesús, a efectos legales figura como si lo fuera. Su misión es importantísima en el evangelio. Como él es descendiente de David, Jesús podrá ser llamado Mesías, pues según toda legalidad es también Él descendiente de David gracias a san José. Para reafirmar ese mesianismo, nace en Belén, como el nuevo David esperado.
 La expresión hijo primogénito no necesariamente implica que después tuviera otros hijos, sino sencillamente que hasta entonces no había tenido ninguno. En pasajes como Zc 12,10, «primogénito» y «unigénito» son sinónimos. Conocemos el epitafio de una madre del año 5 a. C. que murió al dar a luz a su «primogénito»…
 El hijo primogénito, fuera único o no, pertenecía a Dios, y se pagaba por él un rescate, como veremos que hacen los padres de Jesús. Además, hemos visto en el pasaje de la vocación de María que más bien hay que pensar que María excluía tener descendencia. Se comprende que la Tradición hable de un voto…
 La salvación de Dios en medio de la pobreza, es uno de los temas preferidos de san Lucas. Aquí vemos a Jesús naciendo en la más tremenda intemperie. «No había sitio para ellos».
 Los pastores eran considerados incapaces de agradar a Dios, pues desconocían las tradiciones y no cumplían los rituales. Son despreciados, marginados. Nueva expresión de esa idea tan lucana de que los pobres y marginados son los predilectos de Dios.
 Gloria y claridad son los signos de la manifestación de Dios, el «temor» es signo de su reconocimiento por parte de los pastores. Ellos no tienen «miedo» del ángel, se sobrecogen ante el mensajero del Señor.
 La buena noticia, el primer anuncio evangélico, nada más nacer Jesús, será una gran alegría para todo el pueblo. Esta insistencia en la alegría es otro rasgo muy típicamente lucano.
 Se da gloria al Dios del cielo cuando llegan la salvación y la vida a los hombres, y estos reciben la paz que brota del amor de Dios. No un deseo de paz «para los hombres que aman al Señor», sino el anuncio de la paz » a los hombres porque Dios les ama».
 El anuncio del mensajero de Dios va acompañado de un signo de reconocimiento. Lo hemos visto ya en otros pasajes. Aquí es el niño en pañales, recostado en un pesebre.
 El nacimiento de Jesús vuelve a los hombres como ángeles: alaban y dan gloria a Dios.
 
 Meditación:
 
 María conservaba estas cosas meditándolas en su corazón. Aprender a meditar en la «escuela de María» empezando por guardar estas cosas en nuestro corazón, volviendo sobre ellas otra vez con admiración, con amor, como nuestro más íntimo y preciado tesoro.
 Jesús nace para salvar a todos los hombres, y lo hace pobre entre los pobres «para enriquecernos con su pobreza». Solo podemos ser «para todos» si nos situamos «entre los últimos», si hacemos, con la Iglesia de Cristo, una «opción preferencia! por los pobres».
 Jesús nace sin nada, pero no sin una familia. Padre y madre, aunque no tenga ni techo. La importancia de la familia. Es vital para que el hombre llegue a ser él mismo según el plan de Dios.
 La paz es el don mesiánico. Cuando nace el Salvador, la paz de Dios aparece entre los hombres. No es solo la ausencia de guerras (no las había en tiempos Augusto…). Es sobre todo la paz con
 Dios, el fin del dominio del pecado que nos enemista con Dios y destruye la fraternidad entre los hombres. La paz entre los hombres es don divino que hay que suplicar, y fruto de hombres reconciliados, que viven del amor de Dios.
 Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
 
 Oración:
 
 ¿Cómo hablar con el Niño recién nacido, con sus padres, con los pastores? ¿Qué quisiera yo decirle a cada uno, o a alguno de ellos?
 Quizás hoy nos ayudara alguna oración de aquellas que rezábamos de pequeños al Niño Jesús.
 O quizás un villancico de los que en Navidad nos vuelven niños ante el portal. Al fin y al cabo de los que se hacen como niños es el Reino de este Mesías en pañales…
 
 Contemplación:
 
 Mirar la escena del «portal» fijándonos en los personajes. Nos puede ayudar la costumbre tradicional de los «belenes». Convirtámonos en pastores y acerquémonos al portal.
 Mirar a José, que acepta generoso ser padre de quien no es su hijo, admirado ante el misterio.
 Mirar a María, que ve cumplido el anuncio del ángel. ¡Maravillas del decir un «sí» a Dios! Contemplarla admirada ante un hijo del que nadie como ella conoce el origen. Mirar desde su corazón estas cosas para reconocer en el pequeño al Santo, al Hijo del Altísimo.
 Mirar al niño en pañales, recostado en un pesebre. ¡Qué poca cosa parece quien es el Salvador, el Mesías, el Señor!
 Y mirar a la humanidad que se llena de alegría al recibir, ¡por fin! a Aquél que nos trae la paz.
 En la familia de Jesús cada uno aporta lo suyo propio: José es el hijo de David, María la esclava del Señor, Jesús el Salvador del mundo. ¿Cómo vivo yo mi propia realidad familiar? ¿Cómo puedo mejorarla? ¿Y de que modo podemos, como Iglesia, ayudar a las familias en medio de las crisis por las que tantas veces pasan en nuestros días?
 ¿Qué significa para cada uno de nosotros y para nuestra comunidad la «opción preferencial por los pobres»? ¿cómo podemos vivirla más auténtica y comprometidamente?
 Los que han visto a Jesús recién nacido, como nosotros en la contemplación, regresan «contando a todos lo visto y oído» y «alabando a Dios». Testimonio y alabanza, evangelización y oración. ¿Cómo regresamos nosotros tras este encuentro con Jesús niño?
 
 El Concilio Vaticano II
 
 La Virgen María, al anunciarle el ángel la Palabra de Dios, la acogió en su corazón y en su cuerpo y dio la Vida al mundo. Por eso se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo y unida a Él de manera íntima e indisoluble, está enriquecida con este don y dignidad: es la Madre del Hijo de Dios. Por tanto, es la hija predilecta del Padre y el templo del Espíritu Santo. Debido a esta gracia tan extraordinaria, aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la tierra. (Lumen Gentium, 53)
 Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. […] Se manifiesta igualmente en el nacimiento, cuando la Madre de Dios muestra con alegría a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que no menoscabó su integridad virginal, sino que la santificó (Id, 57)
 
 Juan Pablo II
 
 La liturgia no duda en llamarla (a María) «madre de su progenitor» y en saludarla con las palabras que Dante Alighieri pone en boca de san Bernardo: «hija de tu Hijo». Y dado que esta «nueva vida» María la recibe con una plenitud que corresponde al amor del Hijo a la madre y, por consiguiente, a la dignidad de la maternidad divina, en la anunciación el ángel la llama «llena de gracia». (Redemptoris Mater, 10)
 
 San Ireneo
 
 Cuando se encarnó y se hizo hombre, recapituló en sí mismo la larga serie de los hombres, dándonos la salvación como en resumen (en su carne) a fin de que pudiésemos recuperar en Jesucristo lo que habíamos perdido en Adán, a saber: la imagen y semejanza de Dios (Contra los herejes, 3, 18, 1)
 El Hijo de Dios se hizo Hijo del Hombre, para que el hombre, recibiendo la adopción, se hiciera hijo de Dios. (Id, 3, 19, 1)
 
 La gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios. (Id, 4, 20, 7)
 ¿Qué trajo el Señor cuando vino? Sabed que trajo toda novedad cuando se trajo a sí mismo, tal como había sido anunciado. Pues estaba anunciado que vendría una novedad a renovar al hombre y darle vida. (Id, 4, 34, 1)
 
 San Agustín
 
 Nuestro Señor Jesucristo, queridos hermanos, que ha creado todas las cosas desde la eternidad, se ha convertido hoy en nuestro salvador, al nacer de una madre. Quiso nacer hoy en el tiempo para conducirnos hasta la eternidad del Padre. Dios se hizo hombre para que el hombre se hiciera Dios; hoy se hace hombre el Señor de los ángeles para que el hombre pueda comer el pan de los ángeles.
 Hermanos míos, ¡qué milagros y prodigios! Las leyes naturales se cambian en el hombre: Dios nace, una virgen concibe sin la intervención del hombre; la sola palabra de Dios fecunda a aquella que no conoce varón. Es al mismo tiempo virgen y madre. Es madre, pero intacta; la virgen tiene un hijo sin intervención del hombre; es siempre inmaculada, pero no infecunda. Sólo nació sin pecado aquel que fue concebido por la obediencia del espíritu, y no por el amor humano o por la concupiscencia de la carne. (Sermón 13 de Tempore)
 
 Francisco de Quevedo
 
 El Dios y hombre rey sólo previno en su Santísima madre la posada de los nueve meses, y eso desde el principio. Aun para nacer no previno lugar; que, sin desalojar a las bestias, fue su primera cuna un pesebre. Está hecho Dios a entrarse por las puertas de los hombres, y ellos a negarle sus casas, (citado por Manuel Iglesias, S.J.)


 

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