Ficha séptima

Ficha séptima: Circuncisión, purificación de María y presentación de Jesús (Lc 2, 21 – 40)

Al cumplirse los ocho días tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús como lo había llamado el ángel antes de su concepción.
Cuando llegó el tiempo de su purificación, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor (de acuerdo con lo escrito en la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor) y para entregar la oblación (como dice la Ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones).
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu fue al Templo. Cuando entraban con el Niño Jesús sus padres (para cumplir con Él lo previsto por la Ley), Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones,
y gloria de tu pueblo, Israel
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo diciendo a María, su madre: Mira: Este está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti una espada te traspasará el alma.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana: de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del Templo día y noche sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
Lectura:
El pasaje está profundamente enraizado en la tradición judía. Se alude a tres ritos judíos: la circuncisión por la que todo varón entra a formar parte del pueblo de Israel, la purificación de la madre tras el alumbramiento y la presentación al Señor del todo primogénito varón, rescatándolo con una ofrenda. Por cinco veces se hace mención a la Ley.
En la Biblia, los nombres desvelan el misterio de quienes los portan. Por revelación divina el niño se llamará «Jesús», que significa «el Señor salva». María y José obedecen, pues, al Señor.
Que Jesús es todo del Señor, lo expresa ya el rito de la presentación. Ahora se entiende porque llamar «primogénito» a quien es en realidad hijo único. Las primicias son siempre para Dios, dador de todo. Por eso el niño hade ser rescatado. Sus padres presentan la ofrenda prescrita para los pobres.
Simeón, que está en el «Templo», es «anciano», «justo» y «espera»: representa al Antiguo Testamento, que cede paso al Nuevo.
Las referencias a todos los pueblos y a las naciones nos ponen de nuevo ante el universalismo cristiano tan importante para san Lucas.
Según la profecía, uno cae o se levanta según que postura adopte ante Jesús. La referencia a la espada nos sitúa desde el principio ante la perspectiva de la cruz. Según san Juan, María estará allí presente junto al discípulo al que Jesús tanto quería.
Ser el Hijo de Dios no impide que Jesús, verdadero hombre, necesite crecer y aprender como ocurre a los demás niños, acompañado por la gracia de Dios.
Meditación:
Jesús nace para todos los hombres, pero bien enraizado en un pueblo. Es universal pero concreto. Es hijo del pueblo de la esperanza, y nace sometido a la Ley para liberarnos de ella al llevarla a su cumplimento pleno.
El anciano Simeón representa al antiguo Israel, que espera el cumplimiento de las promesas, y se llena de alegría cuando éstas se cumplen, dejando paso al tiempo nuevo. Es el Israel fíel que reconoció en Jesús al Mesías, frente a quienes lo rechazaron crucificándolo. Actúa movido por el Espíritu, inspirador de las profecías antiguas, y sin el cual no es posible comprenderlas.
Por tres veces se nombra al Espíritu Santo hablando de Simeón. A Jesús lo pueden ver todos, pero solo lo «ve» en hondura, solo capta su misterio, quien es iluminado por el Espíritu Santo. Jesús como personaje histórico resulta accesible a cualquiera. Reconocerle como Salvador de los hombres, creer en Él, es un don del Espíritu Santo que hay que pedir y al que hay que abrirse.
Aún representando a Israel, Simeón habla de Él como luz para alumbrar a las naciones. No cabe exclusivismo para quien cree en Cristo.
La espada que traspasará a María: no se puede ser verdadero testigo del Señor sin participar en su destino.
La profetisa Ana es imagen de tantas mujeres que han consagrado su viudedad al servicio del Señor.
Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.

Oración:

El cántico de Simeón, conocido por su nombre latino «Nunc dimitis», es recitado cada noche por la Iglesia en la oración de «Completas», justo antes de ir a dormir. Durante el día hemos sido testigos de las obras de Dios, con ojos de fe hemos visto a Cristo el Salvador, y podemos descansar en paz.
Descansar con la mirada puesta en Cristo, agradecidos de poder mirarle. Este mismo cántico podría ser hoy nuestra oración.

Contemplación:

Nos situamos en la escena como si fuéramos testigos directos de cuanto se narra. La fiesta de la circuncisión. El viaje de Belén a Jerusalén. Y sobre todo los acontecimientos del templo.
Miramos la sorpresa de los padres ante lo que se dice de su niño. El rostro arrugado de Simeón, por fin relajado y alegre. A Ana que habla de Cristo a cuantos esperan su liberación…
Y el viaje de regreso, largo, hasta Galilea. Cómo los padres hablan de lo ocurrido y van comprendiendo mejor quien es este niño. Cómo María va dando vueltas a esto en su corazón.
Mirar por fin a la Sagrada Familia en Nazaret: José en el taller; María cuidando del niño, Jesús creciendo y aprendiendo. Un hogar lleno de la gracia de Dios.

Para nuestra vida:
Simeón, toda una vida esperando. El pueblo santo, toda su historia. ¿Y yo, espero en el Señor, confío a pesar de las decepciones, como Abraham «contra toda esperanza?
A veces no valoramos la vejez. Hoy son dos ancianos los que anuncian al Señor. Y tan a menudo en nuestros días, son los abuelos la vanguardia de la evangelización…
La importancia del rito: no son ritos vacíos, sino llenos de la acción de Dios. En ellos Dios se comunica, actúa, revela. ¿Estoy aprendiendo a vivir cristianamente el rito?
La Pontificia Comisión Bíblica
La personalidad humana de Jesús fue cultivada y modelada por una educación judía cuyos valores positivos asimiló plenamente; pero también fue dotada de una conciencia de sí mismo completamente original, que toca a su relación con Dios y a la misión que debía cumplir entre los hombres. Testos como Le 2,40.52 obligan a reconocer cierto tipo de progreso en esa conciencia. (Documento sobre Biblia y cristología)
El Catecismo
La Presentación de Jesús en el Templo lo muestra como el Primogénito que pertenece al Señor (Ex 13,12-13). Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan esperado, «luz de las naciones» y «gloria de Israel», pero también «signo de contradicción». La espada de dolor predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha preparado «ante todos los pueblos». (n° 529)
Pablo VI
Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio […] Una lección de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio, esta condición del espíritu admirable e inestimable […] Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo que es la familia, su comunión de ardor, su austera y sencilla belleza, su carácter sagrado e inviolable […] Una lección de trabajo. Nazaret, casa del «Hijo del Carpintero», aquí es donde querríamos comprender y celebrar la ley severa y redentora del trabajo humano […]; Querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores del mundo entero y enseñarles a su gran modelo, a su hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor. (Homilía en el templo de la Anunciación de la Virgen María en Nazaret, 5 de enero de 1964).


 

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