Ficha octava

Ficha octava: Jesús entre los doctores del Templo (Lc 2, 41 – 62)

Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre, y cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas: todos los que le oían, quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. É1 les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. É1 bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.
Lectura:
Observamos como los padres de Jesús son piadosos cumplidores de las tradiciones judías. Esto nos informa indirectamente del ambiente en que Jesús crecía y el tipo de educación que le ofrecían.
«Los padres de Jesús». No «la madre» y «su esposo». José no es padre biológico de Jesús, pero es llamado con verdad su padre. La propia María le llamará así en el versículo 48, y ¡quién mejor que ella sabe acerca de la concepción virginal de su Hijo! La verdadera paternidad de José es importante. No solo «hace de padre», educando y manteniendo a su hijo, sino que lo «es» legalmente, y así le asegura un nombre, y con él, la descendencia davídica que hará posible ver en Jesús al Mesías que había de venir.
Jesús en medio de los doctores. Escucha y hace preguntas. Jesús quiere aprender, arde en deseos por conocer. Si como Hijo de Dios tiene un conocimiento especial de quien es Dios y cual es su peculiar relación con Él, como niño necesita aprender.
Las raíces judaicas de Jesús. La tradición veterotestamentaria es su caldo de cultivo. Sin el Antiguo Testamento no podemos comprender el nuevo.
Jesús «se queda» en Jerusalén. Nada le detiene en su búsqueda del rostro de Dios. El Padre es, desde su infancia, la verdadera prioridad de su vida.
Todos se asombraban de sus respuestas. También los mismos «doctores». Hay en Él un conocimiento especial, como Hijo de Dios. Una comprensión más profunda, que sorprende en un niño, y que, de adulto, le llevará a predicar de un modo nuevo el Evangelio de Dios.
El reproche de la madre. ¿Porqué nos has tratado así? Notemos la delicadeza con que María se dirige a su Hijo, aun en esta situación de aparente indisciplina. María no le increpa, sino que busca entender. María es, también ahora, la primera discípula del Señor, y la imagen de la Iglesia que quiere entender.
Buscarle «angustiados», como quien ha perdido lo más valioso, como quien todo lo antepone al hallazgo de lo que desea. La búsqueda angustiada de los padres de Jesús expresa la situación de cuantos aún no lo han hallado, o de quienes creen haberlo «perdido».
«Tengo que estar en la casa de mi padre». Ni con José ni con María. La expresión es sorprendente. La casa de su padre está en Nazaret. Pero Él designa así, con toda la naturalidad, al Templo del Señor. Bien saben María y José de este origen divino de Jesús, y aún así, sorprende su familiaridad.
Se quedan atónitos. La respuesta de Jesús, que dejaba admirados a los doctores, admira también a sus padres. No comprenden. Solo comprenderán cuando Jesús deje su casa para dedicarse plenamente «a las cosas de su padre».
Aún no. Jesús regresa a Nazaret y vive bajo su autoridad. Tiene que seguir creciendo y aprendiendo. Todo tendrá su momento, y Jesús no se precipita. Tampoco María, que medita atentamente todo esto en su corazón.
Meditación:
¿Qué pensar de la relación de Jesús con sus padres y con su Padre?
El texto insiste en la importancia de la vida familiar, que es esencial en la formación de Jesús. Y con todo, «amarás a Dios sobre todas las cosas». La prioridad del Padre aún por encima de los lazos de la carne y la sangre, de las relaciones más íntimas y más queridas, de los sustentos más imprescindibles y necesarios. Jesús expresa en este pasaje la prioridad absoluta de Dios.
«Estar en las cosas de mi padre» ¿Y yo? ¿Cuáles son mis prioridades? ¿Qué importancia le concedo a mis relaciones? ¿Qué pinta Dios en mi vida? ¿Es mi verdadero absoluto, u ocupa solo un lugar decorativo en mi vida, en mi tiempo, en mi afecto, en mi trabajo?
«¿Por qué nos has hecho esto?» ¿Cómo reacciono yo cuando no comprendo, cuando me parece que el Señor no ha actuado como cabía esperar? María no condena el proceder de Jesús. Expresa su dolor y pide comprender. El Señor es su Señor, aunque sea también su Hijo.
Preguntar y responder. El deseo de aprender. ¿Tengo yo este deseo de conocer a Dios, y de conocerme en Dios? ¿Cómo le busco? ¿A quién pregunto? A Jesús se le encuentra en el Templo, preguntando a los doctores. ¿Busco al Señor en su Iglesia, o prefiero un Jesús romántico, idealizado, a mi estilo, un Jesús individualista, forjado a mi propia imagen?
Vivir bajo su autoridad. La autoridad no está de moda, nos parece irritante, inaceptable. Y Jesús vive obediente. A sus padres durante largos años. A su Padre siempre. ¿Cómo vivo yo la relación con los que tienen autoridad sobre mi? ¿He aprendido a vivir el gran don de la obediencia? Nadie es libre sino el que aprende a decidir libremente hacer la voluntad del Padre.
Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.

Oración:

Podemos repetir las palabras de María, haciéndolas propias. En tantas situaciones de nuestra vida, tanto personal como grupal, o mirando a nuestro mundo, decimos ¿por qué nos has tratado así? No demos las respuestas, dejemos en el aire la pregunta, ante Él, cuyas respuestas dejaban atónitos a los propios doctores.
Hablemos con el Señor, y con María y José sobre este episodio, pidámosles que nos lo expliquen, que nos enseñen a profundizar en él.
¿Qué es la oración sino preguntas y respuestas, un diálogo entre Dios y su criatura?
Contemplación:
Contemplar será hoy ver la escena. La peregrinación cumplida. La caravana de regreso. La preocupación de José y María. Observemos su búsqueda angustiada, que es modelo de la nuestra. Soy yo quien busca al señor, tantas veces sin saber como hallarlo. Participar de sus sentimientos y de su determinación de remover cielo y tierra para hallarlo. No puedo encontrar descanso si no es con María y José que hallan al Hijo extraviado.
La sorpresa de hallarlo en el Templo. Jesús no se había perdido, está donde cabía encontrarlo. Quien se pierde es quien recorre su camino dejando a Jesús a un lado. El no nos deja, somos nosotros los que a veces le abandonamos.
El niño entre los venerables. Lo antiguo y lo nuevo. El niño que sabe de Dios y quiere comprenderlo a la luz de lo antiguo. La novedad que asombra a cuantos la escuchan de sus labios. Contemplar esta escena es toda una escuela para comprender el sentido de las Escrituras del Antiguo y el Nuevo Testamento.
El rostro de los padres. Alegría, sorpresa, dolor, incomprensión, alivio… ¡cuantos sentimientos juntos! Poner en ellos los míos, y hacer míos los suyos.
Ver a Jesús todo de Dios, todo Hijo. ¡Señor, enséñame a hacer la voluntad del Padre, a vivir la prioridad absoluta del Reino! Dejar que crezca en nosotros el deseo de ser como Cristo, de vivir su libertad y su búsqueda. Hacer de la de Dios mi casa, y de mi vida una entrega.
Contemplar por fin a la Sagrada Familia en Nazaret. El hijo que obedece y madura, el padre que cuida y trabaja, la madre que atesora estas maravillas en su corazón. Respirar ese ambiente, pues yo también soy hijo, y padre y madre…

Para nuestra vida:

La prioridad de Dios en mi vida ¿Cómo se refleja en mis dedicaciones cotidianas? ¿Puedo decir que en mi trabajo, en mi estudio, en mi casa, «amo a Dios sobre todas las cosas»?
Los padres de Jesús creen tenerlo, pero caen en la cuenta de que necesitan buscarlo ¿Cuál es mi actitud de fe, la del que posee o la del que suplica?
¿Cómo vivir hoy positivamente la virtud cristiana de la obediencia? ¿Cómo renovar evangélicamente mi propia vida familiar?
¿Ya he descubierto en mi propia vida qué significa «estar en las cosas de mi Padre»? ¿Me ha mostrado ya el Señor el camino de mi propia e irrenunciable vocación?
Orígenes:
Date cuenta de donde lo encontraron aquellos que lo buscaban, de modo que también tú, buscándolo junto a José y María, puedas hallarlo. Al buscarlo, dice el evangelista, lo encontraron en el Templo. No en un lugar cualquiera, sino «en el Templo», ni sencillamente «en el Templo», sino en medio de los doctores, a los que escuchaba y preguntaba. Busca, pues, tu también a Jesús «en el Templo» de Dios, búscalo en la Iglesia, búscalo junto a los maestros que están en el Templo y no salen de él; si así lo buscas, lo hallarás. (Comentario a san Lucas, 18,2)

Y si Jesús, el Hijo de Dios, se sometió a José y a María, ¿no debería yo someterme al obispo, a quien Dios mismo me ha dado por padre? ¿No debería someterme al sacerdote propuesto por la elección del Señor? Pienso que José comprendía que Jesús era muy superior a él, aunque se estuviera sujeto. Y sabiendo que el que le obedecía era mayor que él, le daba ordenes con temor y moderación. Reflexione cada quien sobre estas cosas. A menudo un hombre de poca valía es puesto por encima de personas mayores que él, y a veces ocurre que el subordinado vale más que el que parece dirigirlo. Si quien tiene puestos importantes comprende todo esto, no se hinchará de orgullo a causa de su alto rango, sino que sabrá que su subordinado puede ser mejor que él, del mismo modo que Jesús vivía sometido a José. (Id., 20,6)

El Catecismo de la Iglesia Católica

El hallazgo de Jesús en el Templo es el único suceso que rompe el silencio de los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a una misión derivada de su filiación divina: «¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?» María y José «no comprendieron» esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María «conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón», a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de su vida ordinaria. (n° 534)


 

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