Ficha duodécima

Ficha duodécima: Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 14 – 30)
 
 Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del Profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en Él. Y Él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: ¿no es éste el hijo de José? Y Jesús les dijo: Sin duda me recitaréis aquel refrán: Médico, cúrate a ti mismo: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaún. Y añadió: Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; -«sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. -«Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Elíseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán el sirio. A1 oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
 
 Lectura:
 
 San Lucas pone este relato como pórtico de toda la predicación del Señor, pues en él aparecen en síntesis los principales rasgos de todo el ministerio público de Jesús.
 Nazaret. La insignificante aldeíta perdida allá en la Galilea, donde pasó la mayor parte de su vida. Su infancia junto a José y María. Una vida de respeto a Dios y sujeción a sus padres, en la que fue creciendo en sabiduría, y madurando como hombre, al amor de la gracia de Dios y del ejemplo de sus padres. De allí salió un día, llevado por el amor del Padre, para anunciar a todos la Vida, la llegada del Reino de Dios, la urgencia de la conversión, el evangelio de la misericordia.
 Allí, en la sinagoga, Jesús hace una afirmación fundamental: Yo soy… el ungido por el Espíritu, aquel de quien habló el profeta. Esta palabra se cumple hoy ante vosotros… en mi.
 El «Ungido» de Dios. En el Antiguo Testamento existía el rito de la unción de los reyes, los sacerdotes, y a veces de los profetas. Derramando aceite sobre el elegido de Dios, quedaba éste consagrado, totalmente dedicado para el servicio del Señor. Recibía así la fuerza del Espíritu para realizar su misión. Los «ungidos» son, por tanto, enviados de Dios, ministros de su salvación. En hebreo «Ungido» se dice Mesías, y en griego se traduce por Cristo.
 Ante sus paisanos de Nazaret, Jesús se presenta como el Mesías. Yo soy el que había de venir. Yo soy el enviado del Padre. Yo soy el ungido por el Espíritu. Yo soy el que anunciaban las Escrituras. Yo soy el cumplimiento de las promesas y la realización de las esperanzas. Soy yo. Todo el pasaje tiene su centro en este desvelamiento de la identidad mesiánica de Jesús.
 Jesús se levanta para dar vida, su pueblo para darle muerte. Y Jesús comienza el camino. La salvación comienza en el anuncio de Nazaret, en la revelación del misterio de la persona de Jesús.
 
 Meditación:
 
 Yo también soy destinatario de la salvación que trae el Mesías. ¿Cuáles son mis cegueras y cuales mis pobrezas? ¿Qué me tiene cautivo, qué me oprime y me priva de libertad? Necesito la alegría de la gracia del Señor.
 Y también soy un ungido, partícipe de la misión de Cristo.
 La Iglesia continúa realizando el rito de la unción. Unge a los aspirantes al bautismo y a los enfermos. Pero sobre todo unge, con un aceite especial llamado Crisma, a los recién bautizados «para que entres a formar parte de su pueblo y seas para siempre miembro de Cristo sacerdote, profeta y rey». Con el
 Crisma unge también a los confirmados para que reciban «el don del Espíritu Santo» y siendo «propiedad del Señor» puedan «dar testimonio de la verdad y ser, por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en el mundo». Unge por fin a los sacerdotes, para que «con la fuerza del Espíritu Santo» puedan realizar su misión.
 Reflexionar sobre mi condición de «ungido», de «miembro de Cristo», beneficiario y partícipe de su misma misión salvadora.
 Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
 
 Oración:
 
 Dialogar con el Señor Jesús, agradeciéndole sus dones. Es para mí para quien proclama hoy la buena noticia y la llegada del tiempo de la gracia del Señor.
 Ofrecerme a Él como colaborador suyo en la extensión del Reino Mesiánico, el Reinado de Dios, que trae luz a los que están a ciegas, libertad a los que están cautivos, el anuncio de la gran alegría para todos los pobres.
 ¡Quiero, Señor, a imagen tuya, servir y no ser servido! ¡Heme aquí, Señor! ¡Cuenta conmigo para una misión sin fronteras!
 Pedirle que nos admita a seguirle en su camino hacia Jerusalén, hacia la entrega de la vida por amor, hacia la cruz y la resurrección.
 
 Contemplación:
 
 Como los habitantes de Nazaret, fijemos ahora nuestros ojos en Él.
 Dejemos que crezca en nosotros la expectación y el deseo de escucharle. Deseo de Cristo, sed de Cristo. ¡Necesitamos tanto de Él!
 Crezca también nuestra alegría al ver que ha llegado la realización de todas nuestras esperanzas. El Mesías viene a darnos cuanto necesitamos, a colmar nuestras más profundas necesidades y deseos. Y a colmarlas de verdad. A darnos la salvación. ¡Gracias Señor!
 Veámosle explicar, tan vivamente, que ha venido para todos, que no se deja acaparar. Que el libertador quiere ser libre, para liberar a todos los hombres.
 Contemplemos el final de la escena. El entusiasmo general convertido en rechazo. Anuncio de la cruz. Veamos a Jesús maltratado, a empujones, a punto de ser despeñado. Expulsado de entre los suyos, de entre nosotros. El rostro de ira de los nazarenos. El rostro de dolor del Nazareno. ¿Y yo, también le rechazo? ¿Le impongo condiciones o le dejo ser mi Señor?
 Para nuestra vida:
 Liberar a los oprimidos. En nuestro mundo cansado de palabras y profundamente escéptico, el primer testimonio cristiano es el de la caridad.
 Signos del Reino. Si de verdad buscamos el rostro de Jesús el Cristo ¿sabemos verlo en los pobres? En un mundo de opulencia y comodidad donde la inmensa mayoría de los hombres carece de lo más elemental, ¿cuál es nuestro compromiso a favor de los que sufren y de todo carecen, de los que más nos necesitan?
 He de proponerme vencer la doble tentación de un cristianismo sin Cristo, y de una fe insensible a los pobres.
 
 Orígenes

 «Todos los que estaban en la sinagoga tenían sus ojos clavados en él.» En nuestra asamblea sigue siendo posible fijar los ojos en el Salvador. Porque cuando tú pones la atención en lo más profundo de tu corazón para contemplar la Sabiduría, la Verdad y el Hijo único de Dios, tus ojos verán a Jesús. […] ¡Cómo desearía que también vosotros […] tuvieseis los ojos, no los de la cara, sino los del alma, vueltos para mirar a Jesús! Cuando dirijáis vuestra mirada hacia Él, de la luz de su rostro se iluminarán vuestros semblantes y podréis decir: nos ha iluminado la luz de tu rostro, Señor, a quien pertenecen la gloria y la potencia por los siglos de los siglos. (Comentario a San Lucas, 32,6)
 
 San Cirilo de Alejandría
 
 El año de gracia fue aquel en que, por nosotros, Cristo fue crucificado. Fue entonces cuando nos convertimos en personas gratas a Dios Padre y cuando, por medio de Cristo, dimos fruto. Es lo que Él nos enseñó cuando dijo: Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto. (Comentario sobre el Profeta Isaías, 5, 5)
 
 El Catecismo de la Iglesia Católica
 
 La unción con el santo crisma, óleo perfumado y consagrado por el obispo, significa el don del Espíritu Santo al nuevo bautizado. Ha llegado a ser un cristiano, es decir, «ungido» por el Espíritu Santo, incorporado a Cristo, que es ungido sacerdote, profeta y rey (n° 1241).


 

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