Ficha décimo sexta

Ficha decimosexta: Los Doce, milagros y bienaventuranzas (Lc 6, 12 – 26)
 
 Por entonces, subió a la montaña a orar, y Pasó la noche orando a Dios Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró Apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago Alfeo, Simón, apodado el Celotes, Judas el de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor. Bajó del monte con ellos y se paró en un llano con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón Venían a oírlo y a que los curara de sus enfermedades; los atormentados por espíritus inmundos quedaban curados, la gente trataba de tocarlo porque salía de Él una fuerza que los curaba a todos. Jesús, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo:
 
 Dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Dichosos tos que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
 Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
 Dichosos vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo: porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
 Pero, ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo! iAy de vosotros, los que ahora estáis saciados, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
 iAy si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.
 
 Lectura:
 
 En sólo diez versículos nos presenta el evangelista tres escenas importantísimas: la elección de los doce apóstoles, una síntesis del ministerio de Jesús como predicador y sanador y la proclamación de las bienaventuranzas.
 El número doce es simbólico y hace referencia a las doce tribus de Israel. La misión de los doce será fundamental y revestirá un carácter universal en el nuevo pueblo de Dios. Recibir un nombre nuevo indica que la persona queda totalmente identificada con la misión que el Señor le encomienda.
 «Apóstol» significa «enviado». Tras su resurrección, el Señor Jesús enviará a estos doce, los cuales, tras recibir el don del Espíritu Santo, comenzarán a predicar el Evangelio el día de Pentecostés, hecho en el cual reconocemos el nacimiento de la Iglesia.
 La gente busca oír su palabra y ser curada. De sus enfermedades y del poder de los demonios. El efecto salvador de la palabra de Jesús se expresa desde el principio en hechos palpables de sanación y de liberación. Quienes se le acercan se benefician de la fuerza salvadora que brota de Él.
 Y en este contexto pronuncia Jesús las bienaventuranzas, que son como el núcleo de todo su mensaje, la síntesis del evangelio. Jesús habla «levantando los ojos a sus discípulos». Habla para todo el que le quiera escuchar, pero no se dirige particularmente a los doce, ni al gentío. Explica en qué consiste la bienaventuranza mirando a sus discípulos. Todo hombre puede acceder a la bienaventuranza por el camino del seguimiento. En este sentido, se dirige a todos presentando una oferta. Los doce tendrán la misión de «hacer discípulos»; en ese sentido se dirige a ellos mostrándoles su objetivo. Pero es bienaventurado el que sigue a Jesús, porque, en el fondo, Él mismo es el bienaventurado y en Él se nos ofrece la verdadera bienaventuranza.
 Las «malaventuranzas» o lamentos expresan por contraposición la misma enseñanza. Y refuerzan su carácter de oferta que uno puede aceptar o rechazar. Las bienaventuranzas son por tanto un retrato espiritual de Jesucristo y del discípulo a Él unido, pero son también una propuesta que hay que hacer propia, y que puede ser rechazada, quedando entonces frustrada la felicidad y el bien del hombre, quedando sólo el lamento. Son por tanto ocasión y llamada.
 
 Meditación:
 
 Mi nombre también está en la mente y el corazón de Cristo. Él cuenta entrañablemente conmigo. De un modo muy personal. Me quiere y me ha reservado un puesto entre sus discípulos. Y una misión específica en la tarea del Reino. La mía. La que Dios tenía pensada para mí desde que me concedió el don de la vida. Dejar que Jesucristo pronuncie mi nombre y me desvele su oferta, su llamada.
 Las gentes no se conforman con escuchar a Jesús, intentan «tocarle», porque de Él procede la fuerza salvadora. Esto se refleja aún en ciertas devociones populares, como tocar imágenes, etc. Porque la fe no es cosa de ideas, no es algo meramente intelectual. Es entablar «contacto» con Cristo de la manera más íntima y vital, de la forma más real, de modo que Él pueda sanarnos, salvarnos con la fuerza del Espíritu Santo. Acercarme a tocar a Cristo. Recorrer la larga distancia que a veces me separa de Él, para escuchar su palabra como nueva, para poner ante Él mis enfermedades, mis esclavitudes y mis pecados. Y dejar que Él haga nueva mi vida.
 Y las bienaventuranzas. Los pobres, los hambrientos, los que lloran, los perseguidos. Cristo haciendo suyo todo el dolor de los hombres, y realizando la promesa de Dios. Instaurando el Reinado de Dios. Ver en cuantos sufren a los amados de Cristo, los preferidos de Cristo, los signos del amor de Cristo. Y verme a mi mismo consolado, como discípulo, porque Él toma mi dolor sobre sí. Y servir a Cristo en los pobres. Consolar a los afligidos. Pan y justicia para los hambrientos, en este mundo dolorido, destrozado por el pecado.
 Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
 
 Oración:
 
 Hablar ahora con el Señor que nos llama por nuestro propio nombre. Y nos invita a ser sensibles al dolor de los hombres. Y nos llama a colaborar con Él en la gran tarea de alegrar el mundo con el consuelo de la bienaventuranza.
 Señor, enséñame a reconocerte en los que sufren, a reconocer en tu cruz la carga de nuestros sufrimientos. Señor, enséñame a cargar contigo, con el sufrimiento del mundo, para hacer presente tu Reino. Y da a todos los hombres la resurrección bienaventurada en tu seno.
 ¡Señor, enséñanos a vivir en la fe y en la esperanza! ¡A vivir en la paradoja de tu Reino!
 
 Contemplación:
 
 Éste es un evangelio de profundas miradas. Fijarnos en la mirada de de Cristo a sus discípulos. A cada uno ve en su verdad más honda, la que sólo se percibe en oración, junto al Padre. Nos mira, me mira. Nos ama, me ama. Y cuenta con cada uno, de modo tan personal… Escucharle pronunciar mi nombre ¿a qué me llamas, Señor?
 La mirada de Cristo a las gentes, a los pobres, hambrientos, tristes, odiados… ¿Cómo ve el Señor a los hombres y cómo los veo yo? Dejar que su mirada transforme la mía, para que mi miedo y mi rechazo sean transformados por su amor.
 Mirar ahora el retrato espiritual de Cristo que presentan las bienaventuranzas. Todas se refieren a Cristo. Bienaventurado Jesús crucificado, porque el Padre te resucitará. Mirarle pasar nuestra hambre, sufrir nuestra pobreza, llorar nuestras amarguras, y ser odiado y excluido, insultado y proscrito, quitado de en medio en lugar nuestro, a favor nuestro. Y dejar que el agradecimiento lo llene todo. Y el deseo de participar de su bienaventurada cruz, de su feliz vida nueva.
 Valorar la figura de los Doce Apóstoles en la Iglesia naciente y la de sus sucesores, el Papa y los obispos, en nuestro tiempo. Y la de los sacerdotes, sus colaboradores. A veces intentamos erróneamente vivir la fe al margen de la Iglesia y de las orientaciones y enseñanzas de sus pastores, que han recibido de Jesús el encargo de asegurar la fidelidad al Evangelio auténtico y originario y una gracia especial del Espíritu Santo para poder realizar su misión. O sucumbimos al influjo de campañas que exasperando defectos reales o inventados, solo pretenden sembrar la desconfianza.
 Jesús habla de los pobres como de los primeros en el Reino de Dios, en especial en las bienaventuranzas. ¿Son los primeros para mí, en mi consideración, en mi preocupación, en mis dedicaciones? ¿Soy consciente de la importancia de la opción preferencial por los pobres?
 
 San Pedro
 
 Si hubierais de sufrir a causa de la justicia, ¡bienaventurados vosotros! No les tengáis ningún miedo ni os asustéis. Al contrario, alabad al Señor en vuestros corazones. Más vale padecer por obrar el bien, si así lo quiere el Señor, que por obrar el mal. Porque también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. No os extrañéis del incendio desencadenado entre vosotros para probaros, como si fuera cosa extraña. Alegraos más bien, pues participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis, llenos de gozo, en la revelación de su gloria. ¡Bienaventurados vosotros, si sois insultados por el nombre de Cristo, pues el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros! Que ninguno tenga que sufrir por ladrón o criminal, por malhechor o entrometido, pero si es por ser cristiano ¡que no se avergüence, que glorifique a Dios por llevar este nombre! (!Pe3,14.16-18a;4, 12-16)
 
 El Catecismo de la Iglesia Católica

 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen con un corazón humilde. Jesús fue enviado para «anunciar la Buena Nueva a los pobres». Los declara bienaventurados porque de «ellos es el Reino de los cielos». A los «pequeños» es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes. Jesús, desde el pesebre hasta la cruz, comparte la vida de los pobres; conoce el hambre, la sed y la privación. Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino (n° 544).
 Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fíeles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos. (n° 1717).


 

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