Ficha décimo séptima

Ficha decimoséptima: Enseñanzas (Lc 6, 27 – 45)

A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada: tendréis un gran premió y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis la usarán con vosotros. Y añadió una parábola: ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? un discípulo no es más que su maestro, si bien cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: hermano, déjame que te saque la mota del ojo, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto: porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos. El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca.
Lectura:
Esta enseñanza tiene el mismo tono paradójico de las bienaventuranzas inmediatamente precedentes. Parecería que lo lógico es odiar a los enemigos. Pero Jesús propone e instaura una nueva lógica en las relaciones humanas; una forma de vida y un patrón de convivencia profundamente nuevo y distinto, verdaderamente radical y alternativo.

Notar como se concatenan «amar» y «hacer el bien», «bendecir» y «orar por ellos». Se trata de un amor concreto, que se manifiesta en acciones, y que tiende hacia Dios, fuente del bien definitivo. El amor cristiano, hasta al enemigo, lleva a ayudar de mil modos concretos, y conduce a Dios a la persona amada. En esa presencia y con ese amor, los enfrentamientos se resuelven según el plan de Dios.
Los ejemplos llamativos de «otra mejilla» y de la «capa y la túnica», se amplian después: dar a quien pide, no reclamar a quien te arrebata. Son propuestas sorprendentes, y que tomadas como mandatos, pueden parecemos imposibles. Y es que no podemos leerlas separadas de las bienaventuranzas. Se trata de asimilarse con Cristo, de identificarse con Cristo. El comportamiento aquí propuesto ¿qué es sino el del mismo Cristo, durante toda su vida, y en particular en la cruz?
Jesús pide un «plus», más allá de lo que comúnmente se considera aceptable o exigible. Un comportamiento que va más allá del que observan hasta los «pecadores», y que ante Dios tiene un «mérito». Amar no sólo a quien me ama, hacer el bien no sólo a quien me beneficia, prestar a quién luego no paga.
«Sin esperar nada a cambio». Y sin embargo, sigue una gran promesa. No que amemos para ganar un premio. Sino que al amor totalmente gratuito, sigue un totalmente gratuito premio. Quien se une con Jesús hasta vivir como Él, en el amor más generoso e incondicional, unido al Hijo de Dios se convierte él mismo en hijo del Altísimo.

Meditación:

El texto es largo y demasiado variado para poder meditarlo completo. Sería suficiente que cada participante en el grupo se centrara en alguno de los dichos o imágenes del Señor y se limitara a meditar aquellos versículos que más personalmente le afectan, le «hablan al corazón». Proponemos, con todo, algunas breves pistas:
El amor incondicional que Cristo nos propone como forma de vida y norma de convivencia… es aquél que Dios nos ha manifestado al entregarnos a su propio Hijo. Podemos vivirlo en la medida en que lo recibimos. Por eso, lo vital es recibir su amor, hacernos conscientes de su misericordia. Y unirnos de tal modo a Cristo, enamorarnos de tal modo de Él, que sintamos como Él, pensemos como Él, veamos la vida como Él, amemos a las personas como El.
Dar sin esperar nada a cambio…. Jesús no buscaba el «premio» de la resurrección cuando se dejó crucificar. Sólo buscaba ser fiel a la voluntad del Padre, que por amor a los hombres quería darlo todo, hasta a su propio Hijo. Esa es la gratuidad del amor, que no busca ser recompensado, sino beneficiar a la persona amada.
También para nosotros, vivir un amor así será fuente de vida y felicidad plena, indestructible, eterna, porque amar con Cristo lleva a entregar la vida con Él y con Él resucitar. El amor que Cristo nos enseña es tan divino que no puede sino ser eterno.
En un mundo roto por violencias, guerras, rencores, intereses enfrentados… ¡el amor de Cristo es verdaderamente el único camino capaz de instaurar la paz verdadera!
Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.

Oración:
Es ahora el momento de hablar con el Señor. Sobre aquello que la meditación nos ha sugerido. Jesús ¿cómo puedo yo vivir todo esto que tú me pides? ¿cómo has podido vivirlo tú hasta el extremo de dejarte matar? Señor, ¡muéstrame la fuente y dame de beber de esa agua, que salta hasta la vida eterna!
No juzgar, Señor, enséñame a no condenar a nadie, cuando tantas veces me puede la rabia y blandiría una espada de fuego. Cambiar el mundo amando, no arrasando, como tú Señor, que te has dejado clavar a favor de aquellos que te entregaban, que te entregamos.
Contemplación:
Y ahora, contemplar la escena. Para que se nos grabe bien dentro. Para que nos cambie el corazón.
El marco es el mismo de las bienaventuranzas. Veo a Jesús en las faldas del monte sobre el que pasó la noche orando. En el que llamó a sus doce apóstoles. Acaba de bajar con ellos, y rodeado de una multitud de discípulos, se encuentra con las gentes. Algunos han venido desde bien lejos. Para escucharle. Para presentarle sus dolores, enfermedades, problemas, esclavitudes. Para que Jesús los sane, los haga libres, los salve. Pronuncia las bienaventuranzas. Pero aún continúa hablando. A quien quiera oírle.
Yo mismo estoy entre el grupo. Quizá también he hecho un largo camino hasta llegar a las faldas del monte donde se revela Cristo. Yo también anhelo oírle, y no me faltan heridas que necesitan ser sanadas. Por su presencia. Por su contacto. Por su palabra.
Soy uno de sus discípulos. De sus testigos. De sus mensajeros. ¡Cuánto deseo ser tu aprendiz, buen Maestro! ¡Aprender de ti el valor de un madero! ¡Bendito el buen fruto que brota de tu árbol!
Ahora puedo releer el texto, admirado de que Jesús me invite de este modo a vivir su propia vida, su propio amor. ¡Señor, por tu misericordia… cuenta conmigo!
Conflictos… ¿quién no los tiene? La cuestión decisiva es cómo afrontarlos. Como un justiciero de película… o como Jesús el Nazareno.
Amar no es simplemente estar a gusto con el otro, sino hacer el bien a la otra persona. Tengo que observar mis frutos, para saber como anda el árbol de mi vida…
Aprender a mirar al prójimo con los ojos de Jesús, con una mirada amable, comprensiva, una mirada que va al fondo. Una mirada que no juzga ni reprocha, ni posee, sino que amando, da la vida.
La mota en el ojo ajeno… y la urgencia del perdón. Sólo si aprendo a quitar mi viga, comprenderé al que me ofende. Aprender a amar del que dijo perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen.
Rezar por los enemigos es una gran ayuda para llegar a amarlos.
San Cirilo de Alejandría
Si el maestro se abstiene de juzgar, ¿por qué tú dictas sentencia? No vino efectivamente a juzgar el mundo, sino para usar con él misericordia. Es decir: si yo -dice- no juzgo, no juzgues tu que eres discípulo. Con razonamientos sin vuelta de hoja trata de persuadirnos de que nos abstengamos de juzgar a los demás. Examinemos más bien nuestros corazones y tratemos de expulsar las pasiones que anidan en ellos, implorando el auxilio divino. El Señor sana los corazones destrozados y nos libra de las dolencias del ahna. Si tú pecas más que los demás, ¿por qué les reprochas sus pecados, echando al olvido los tuyos? Este mandato es bien provechoso para el que quiere vivir piadosamente, y sobre todo para quienes han recibido el encargo de instruir a los demás. (Comentario a san Lucas, 6)
San León Magno
Ante Dios es eficaz la petición avalada por obras de misericordia, porque quien no distrae su atención del pobre, inmediatamente se atrae la atención de Dios. Tu bienhechor te quiere espléndido. El que te da para que tengas, te manda que des, diciendo: «Dad y se os dará». Aceptar con alegría la condición de esta promesa. Amadísimos, ya que de corazón dais fe a las promesas del Señor, huid la inmunda lepra de la avaricia y usad sabia y piadosamente de los dones de Dios. Y puesto que os gozáis de su generosidad, procurad hacer a otros partícipes de vuestra felicidad. (Tratado 17)

El Catecismo Romano de san Pío V

Toda la finalidad de la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer, esperar o hacer; pero sobre todo se debe siempre hacer aparecer el Amor de Nuestro Señor, a fin de que cada uno comprenda que todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que el Amor, ni otro término que el Amor. (Prefacio, 10)


 

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