Ficha decimoquinta: La vocación de Leví (Lc 5, 27 – 32)
Más tarde, al salir, vio a un publicano llamado Leví sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: Sígueme. É1, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa y estaban a la mesa con ellos un gran número de publícanos y otros. Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: ¿Cómo es que coméis y bebéis con publícanos y pecadores? Jesús les replicó: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.
Lectura:
Personaje especialmente odioso, encarnación del pecado, el publicano es un colaboracionista. Desangra a su propio pueblo en beneficio del dominador romano. Carente de un sueldo propio, vive de cobrar al pueblo más de lo exigido por los romanos, quedándose con la diferencia. A menudo con notables abusos, y hasta con violencia.
Ante los fariseos y el pueblo, que le sigue admirado, Jesús se acerca, pues, nada menos que a un publicano, y ¡y le llama a su seguimiento!
Esta escueta fórmula: «sígueme», es típica de los relatos de vocación. Leví responde a esta llamada en nombre propio y forma adecuada: «dejándolo todo, se levantó y lo siguió». Con total prontitud y renuncia a cuanto constituía su vida hasta entonces.
El escándalo. Jesús se rodea de «publícanos y pecadores». La Ley lo prohibía, para evitar la contaminación ritual, y para que el pecado no se «contagiara» al pueblo fiel. Jesús abandona ese comportamiento «preventivo» y adopta una actitud de acercamiento. No aisla a los pecadores, se acerca a ellos para ofrecerles la salvación, el perdón de los pecados y la ocasión de comenzar una vida nueva, que brotará del encuentro con Él.
Escribas y fariseos, que le han visto curar al paralítico, sospechan de nuevo que Jesús no actúa según Dios (según la Ley de los padres), sino que efectivamente debe ser o un blasfemo o alguien al menos irrespetuoso con las tradiciones de los mayores.
La conciencia de Jesús: he venido a llamar «a los pecadores, a que se conviertan». Jesús se sabe enviado a cumplir una misión peculiar, y sólo se deja guiar por la voluntad salvífica de su Padre.
Meditación:
¿Cómo reacciono yo a la llamada perentoria, urgente, y radical y totalizante, que me dirige el Señor?
Para poder darle un «si» incondicional e inmediato, seguramente necesito caer antes en la cuenta de que soy un publicano, un pecador, y admirarme de que Cristo, en vez de pasar de largo, venga a buscarme y me llame por mi nombre. Sólo sobrecogido por la misericordia de Cristo, que no me desprecia ni me ignora, ni me critica o condena, sino que me mira lleno de amor y me ofrece el perdón y la vida nueva, y me llama a seguirle y quiere contar conmigo en su misión salvadora, sólo conmovido por ser agraciado, puedo responder con mi «sí».
Dejar mi «mesa de recaudaciones», el símbolo de mi vida sin Dios y contra Dios, el símbolo de mi pecado, e irme con Él. Y llevarle a mi casa y sentarle a la mesa con los míos. Con Cristo no cabe la vergüenza, sino el deseo de llevarle a todos, empezando por mi propia gente.
Cuando hablamos de «compartir la vida», de «celebrar la vida», conviene recordar que no se trata de la vida de pescadores o publícanos que llevábamos antes de convertirnos al Señor, sino de esa vida nueva que es la intimidad con Cristo, la que brota de la resurrección.
Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
Oración:
El Señor pasa cerca de nosotros. ¡Señor, que sepamos reconocerte, no nos pases desapercibido!
Atrevámonos a decirle nuestros miedos, a reconocerle nuestros pecados. A ser verdaderos con Él y ante Él. Y escuchemos su voz que nos renueva, que nos salva y nos perdona, en especial cada vez que nos acercamos al sacramento de la reconciliación. ¡Señor que sepa vivirla como ocasión real de seguirte, comenzar una vida nueva!
Señor, ¡llámame a mí también! ¡Yo quiero irme contigo, Señor!, pero a veces me da miedo, pero no se si seré capaz, pero tantas cosas me atan de pies y manos, pero…
Y escuchemos al Señor que, más allá de todos nuestros miedos, cobardías y pecados, nos llama «tú ven y sígueme».
Contemplación:
Nos representamos ahora la escena. Jesús viene a lo lejos, rodeado por una muchedumbre que lo sigue admirada.
Yo, Leví el publicano, a lo mío. Tengo muchas cuentas que hacer para prestar atención a cualquier charlatán. Yo soy un hombre práctico, y la vida son habas contadas. No tengo ganas de escuchar sermones, lo importante es triunfar en la vida, aunque sea al precio de tragar sapos, o de ser la mano larga del tirano. Esos se creen tan píos y tan buenos… me miran con desprecio, ¡que sabrán ellos!
Mira ahora, Leví, levanta los ojos. Pero ¿qué es esto? ¡El Nazareno ante mí, delante de mi mostrador! La gente sorprendida, unos murmuran, otros, en silencio expectante.
¡Dios mío, qué mirada la de este hombre!
Leví, mira al que te está mirando. Déjate mirar por Él. hasta lo más profundo. Déjate sanar por Él, desde lo más profundo. Su mirada pone luz en lo más oscuro de tu interior, Leví.
Jesús ha pronunciado mi nombre ¿no es increíble? ¡Me ha llamado a irme con Él! ¡A mi, Leví el publicano! Ir con un hombre tan santo, yo, despreciable traidor. ¡Con uno que hace milagros, yo que ensucio cuanto toco. Con uno que perdona a los hombres, yo duro e inflexible!
Mirarle como me mira, escuchar como me llama. ¿Qué respondo? ¿Me atrevo a dejarme salvar? ¿Me atrevo a marcharme con Él, dejando atrás todo mi pasado, mirando sólo hacia delante, a la ruta que me marcan sus huellas? ¡Hoy es la ocasión de mi vida, hoy es la salvación de mi casa!
Tengo que ponerle nombre a mi mostrador de impuestos. Concretar que me entretiene, cuales son mis seguridades, cuales mis pactos con este mundo al precio de olvidar a Dios.
Nunca se está tan perdido como cuando uno desespera. Jesús pasa a nuestro lado ofreciendo siempre oportunidades nuevas. ¿Cuántas veces lo he sentido? ¿He sabido responder? ¿Qué le responderé hoy, que en esta oración me renueva su llamada?
San Beda el Venerable
No tanto con los ojos del cuerpo, cuanto con la mirada interior de su amor, Jesús vio al publicano, lo amó, lo eligió y le dijo: «¡Sígueme!», es decir, imítame. Pidiéndole que lo siguiera, le estaba invitando a caminar en pos de Él, pero sobre todo a vivir como Él. El que dice que está en Cristo Jesús debe vivir como ha vivido Él. Mateo se levantó y lo siguió. No es extraño que el publicano, a la primera e imperiosa invitación del Señor, haya abandonado su avidez por los bienes de la tierra y, despreocupado de los valores temporales, se haya unido a Aquél a quien veía tan libre de cualquier forma de riqueza.
Porque el Señor que externamente lo llamaba con su palabra, lo conmovía en lo más íntimo de su alma, haciendo crecer en él la luz de la gracia espiritual para que lo siguiese… Y estando Jesús a la mesa, muchos pecadores y publícanos vinieron a sentarse con Él y con sus discípulos. La conversión de un solo publicano desbrozó la vía de la penitencia y del perdón a muchos publícanos y pecadores… Fue un estupendo presagio: aquel que sería luego apóstol y doctor entre los paganos, arrastra tras de sí a los pecadores, con su conversión, al sendero de la salvación, y ministerio de la Buena Noticia que asumirá sólo tras crecer en la virtud, lo emprende desde los primeros momentos de su fe… (Homilía sobre los evangelios, 1,21)
San Ambrosio de Milán
Escuchadme, hombres hechos de tierra, que alimentáis ebrios pensamientos con vuestros pecados. También yo, como Leví, estaba llagado con vuestras mismas pasiones. He encontrado un Médico, que habita en el cielo, y que difunde sobre la tierra su medicina. Sólo Él puede sanar mis heridas, porque no tiene heridas propias. Sólo Él puede hacer desaparecer el dolor del corazón, el decaimiento del alma, porque conoce los males ocultos. (Comentario a san Lucas, 5,19.27)