Ficha décimo novena

Ficha decimonovena: El que había de venir (Lc 7,18 – 35)
 
 Los discípulos de Juan le contaron todo aquello Entonces él envió a dos de sus discípulos a preguntar al Señor: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: Juan el Bautista nos ha mandado a preguntarte: ¿Eres tú el que hade venir, o tenemos que esperar a otro? Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Y dichoso el que no se escandalice de mí. Cuando se marcharon los mensajeros de Juan, Jesús se puso a hablar a la gente acerca de Juan: ¿Qué salisteis a contemplar en el desierto?, ¿una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver?, ¿un hombre vestido con lujo? Los que se visten fastuosamente y viven entre placeres están en los palacios. Entonces ¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Si, os digo y más que profeta. É1 es de quien está escrito: Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti. Os digo que entre los nacidos de mujer nadie es más grande que Juan. Aunque el más pequeño en el Reino de Dios es más grande que él (Al oírlo la gente, incluso los publícanos, que habían recibido el bautismo de Juan, bendijeron a Dios. Pero los fariseos y los maestros de la Ley que no habían aceptado su bautismo, frustraron el designio de Dios para con ellos.) ¿A quién se parecen los hombres de esta generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la plaza, que gritan a otros: Tocamos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis. Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenía un demonio; viene el Hijo del Hombre, que come y bebe, y decís: Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publícanos y pecadores. Sin embargo, los discípulos de la Sabiduría le han dado la razón.
 
 Lectura:
 
 ¿Qué le cuentan al Bautista? Lo que acaban de ver: la enseñanza de Jesús a las gentes, la curación de enfermos, la resurrección de muertos, el gentío que le sigue… La gente le considera «un gran Profeta» y habla de que «Dios ha visitado a su pueblo», le están identificando con el Mesías. Así se comprende la pregunta de Juan.
 Jesús no afirma ni niega. Jesús actúa y deja que sean sus obras, sus «signos» los que hablen por si mismos. Realiza los signos de la era mesiánica, y deja que sean elocuentes por si mismos ante el Bautista. Los signos que anunciaba Isaías en el texto con que Jesús inauguró su ministerio en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18ss; cf Is 61,1 s), declarando ser el Ungido de Dios, el Mesías.
 «Escandalizar» es provocar un tropiezo, interrumpir el camino, hacer caer. Metafóricamente, inducir al pecado o a perder la fe. En griego el verbo va en pasiva: ofenderse, rechazar creer en Él. Se trata por tanto de una llamada a no interpretar mal los signos de Jesús, y no transmitirlos deformados a Juan. En definitiva, Jesús declara bienaventurado al que presenciando sus signos, sabe descubrir su identidad a partir de ellos y la transmite rectamente. Y en efecto, en conocer la verdad profunda de Jesús consiste la bienaventuranza.
 El elogio del Bautista. Jesús comienza por interrogar al auditorio. Apela a la búsqueda profunda que hay en ellos, que les ha llevado hasta el Bautista. Les hace descifrar los «signos» del Bautista, frente a los de los poderosos que viven en los palacios. De nuevo se trata de reconocer la identidad a partir de su manifestación externa. Y de nuevo es Jesús quien ofrece la clave, quien revela el misterio.
 No era una caña. Ni, obviamente, un hedonista rodeado de lujo. Era un profeta. Un hombre de Dios, un mensajero del Señor. ¿Qué buscabais? ¡Buscabais a Dios! En lo profundo de estos hombres se agita la nostalgia de Dios, el deseo de Dios. Éste es el motor que les ha llevado, ante la manifestación de su presencia, a acudir al desierto a encontrarla.
 
Meditación:

 
 ¿Qué busco? ¿Cuál es mi pregunta? ¿Qué he salido yo a buscar al desierto? ¿Me atrevo siquiera a ir al desierto, o sólo cultivo la nostalgia de una búsqueda que anhelo, pero nunca me atrevo a afrontar?
 Dios ya no es inaccesible, se me ha manifestado. Dios habla. Dios responde. Dios ha salido a mi encuentro. La predicación del Bautista. La predicación de Jesús. Y los signos, los signos de Dios.
 Los signos de Dios. Los ciegos, los inválidos, los leprosos, los sordos, los muertos… reciben la salvación de Dios. Y a los pobres se les anuncia el Evangelio. No puedo prescindir de estos signos. Abrirme a Ellos. Buscar a Cristo en el amor a ellos es camino de la salvación.
 Los signos de Dios. La austeridad del Bautista. La alegría de Jesús. ¿Estoy dispuesto a abrir los ojos, a dejarme interpelar? ¿O rechazo la llamada del Padre frustrando el designio de Dios?
 El misterio de la libertad. Sin la cual nada hay justo. Sin la cual nada es digno del hombre. El respeto del Dios que llama. Hasta respetar el rechazo. Respeto que no es indiferencia. Él sigue llamando, insistiendo, ayudando, denunciando… pero nunca forzando.
 Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
 
 Oración:
 
 ¡Señor, ábreme los ojos, para contemplarte en tus signos!Dame un alma abierta, una sed insaciable, para buscarte permanentemente, como el enamorado que nunca se sacia de la presencia de su amada ! ¡ Señor, admíteme a entrar en tu Reino, haz de mi tu discípulo, que sea de verdad un cristiano!
 ¡Limpia, Señor, mis ojos para que vea, abre mi corazón y mi oído para que sepa escucharte, libera mis pies y mis pasos para seguirte, y libarme del fatal tropiezo de rechazarte, de preferir otras voces y otros bienes, otros deseos y llamadas! ¡Tú que caíste por tres veces en el camino hacia el calvario, ten misericordia de mis tropezones y no permitas que me escandalice de ti! Haz de mi, Señor, un «hijo de la Sabiduría», un buscador de tu rostro, un hambriento de tu Palabra, un seguidor de tus pasos, un discípulo en tu camino, un publicano arrepentido, ¡un bienaventurado contigo!
 
 Contemplación:
 
 Miraremos primero a Juan, que recibe noticia de los hechos y dichos de Jesús… y se pregunta. Verle llenarse de esperanza ¿será posible que por fin Dios esté a punto de cumplir la promesa? Juan ha dado toda su vida a la preparación de este momento. Ha vivido en el desierto, alimentándose de miel y langostas, predicando infatigable que se aproximaba el Reino. Y ahora… ¿será posible? ¿de verdad habrá llegado? ¿Quién eres tú, Jesús?
 Y mirar a Jesús pedagogo. Que no impone respuestas ya hechas, sino que actúa y suscita preguntas. Y que invita a liberar la mirada, para poder reconocer los signos.
 Ver a los ciegos, inválidos, leprosos, pobres… que son evangelizados. La alegría de quienes recobran la vida. El júbilo de sus familias, la sorpresa de cuantos lo contemplan. ¡Sorprenderme yo mismo contemplándolo! ¡Cristo renovando la vida, rescatando a los hombres! ¡Y dando vida a los muertos! Participar de la fiesta. Y dejar que surja en mi la pregunta ¿pero de verdad eres tú, Señor, o tengo que buscar por otros sitios, tengo que seguir desesperando…? ¡Eres tú, Señor mió!
 Hay quien piensa que estar en búsqueda consiste en «no casarse con nadie», en ser un descomprometido. No han encontrado a su amor. Quien busca ha intuido que hay algo bueno que hallar. Quien pregunta es porque sabe que hay una verdad allá en el fondo. No puedo resignarme al escepticismo, como si todo diera lo mismo, como si nada valiera la pena, como si todo fuera igual de válido, como si nada fuera verdadero. Más allá de las opiniones, la verdad de Cristo se muestra en los signos de su Reino.
 Yo me he encontrado con Cristo. He sido hallado por Él, que me ha estado buscando en todos mis escondrijos, porque no se resignaba a dejarme perdido en el monte. Y ante Él me pregunto. Para descubrir más de Él. Para conocerle mejor. Porque en respuesta a su amor, le amo sobre todas las cosas. La búsqueda del cristiano es la de aquél que ha encontrado. Y que nunca se sacia de Cristo y quiere más y más de Él.
 
 San Beda el Venerable
 
 El Señor está a la puerta y llama cuando hace que nuestro corazón ponga en Él su atención, por la voz que nos enseña, o por inspiración interior. Y nosotros abrimos la puerta a la invitación de su voz cuando damos nuestro libre consentimiento a su sugerencias interiores o exteriores y cuando ponemos en práctica lo que hemos comprendido que debemos hacer. Entonces Él entra para comer, Él con nosotros y nosotros con Él. Porque Él mora en el corazón de los elegidos. Y lo hace con la gracia de su amor, para nutrirlos incesantemente con la luz de su presencia, a fin de que ellos vayan elevando progresivamente sus aspiraciones y para deleitarse Él mismo con su celo, su deseo de cielo, como si se tratase del más delicioso de los manjares. (Homilía sobre los evangelios, 1,21)
 
Juan Pablo II

 
 Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo. Sólo así, viviendo la experiencia del amor de Dios e irradiando la fraternidad evangélica, podréis ser los constructores de un mundo mejor, auténticos hombres y mujeres pacíficos y pacificadores. (Homilía en la Vigilia con los Jóvenes en Cuatro Vientos, Madrid, 3 de mayo de 2003)


 

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