Ficha décimo cuarta

Ficha decimocuarta: La curación del paralítico (Lc 5, 17 – 26)

Un día estaba enseñando y estaban sentados unos fariseos y maestros de la Ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a curar. Llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y trataban de introducirlo para colocarlo delante de Él No encontrando por donde introducirlo, a causa del gentío, subieron a la azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro, delante de Jesús. É1, viendo la fe que tenían, dijo: Hombre, tus pecados están perdonados. Los escribas y los fariseos se pusieron a pensar: ¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios? Pero Jesús, leyendo sus pensamientos, les replicó: ¿Qué pensáis en vuestro interior? ¿Qué es más fácil decir tus pecados quedan perdonados, o decir levántate y anda? Pues para que veáis que el Hijo del Hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados… -dijo al paralítico-: A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa. É1, levantándose al punto, a la vista de ellos, tomó la camilla donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios. Todos quedaron asombrados, y daban gloria a Dios, diciendo llenos de temor. Hoy hemos visto cosas admirables.
Lectura:
El interés por Jesús crece. Entre el gentío se encuentran incluso fariseos y maestros de la Ley venidos desde la lejana Jerusalén para escuchar sus enseñanzas.
El poder del Señor lo impulsaba a curar. La enseñanza de Jesús no se reduce a palabras, en Él está presente la fuerza salvadora de Dios, que restaura al hombre por dentro y por fuera.
Jesús capta lo profundo, no se queda en lo aparatoso de la escena. Se fija en la fe que tienen, y responde en la forma más plena y más radical: el perdón de los pecados.
«Tus pecados te son perdonados». Como a la pecadora que en Le 7 lavaba los pies de Cristo con sus lágrimas, enjugándolos con sus cabellos. Ella fue perdonada «porque ha amado mucho». Lo recuerda san Pedro en su carta: «el amor cubre la multitud de los pecados».

La sanación más profunda cura hasta las raíces. No hay mal que aflija al hombre del que no pueda ser liberado por la fe en Aquel que sana por dentro.
¿Quién es Jesús? Sólo Dios puede perdonar los pecados. Quien se arrogue tal poder es un blasfemo. Ahora bien, si, como es el caso, demuestra que tiene autoridad para hacerlo… entonces merece la fe.
El perdón de los pecados, que es prerrogativa divina, constituye la misión propia de Jesús. Su nombre significa «Dios salva» y le fue impuesto por voluntad divina, porque Él salvará a su pueblo de los pecados (Mt 1,21). Y en la última cena resumirá toda su obra en la entrega de su sangre de la nueva alianza, que se derrama para el perdón de los pecados (Mt 26,28). A la pregunta sobre la identidad de Jesús responde adecuadamente quien observa su actitud ante los pecados de los hombres…
La sanación es instantánea. La eficacia de la palabra de Jesús es total. Como la palabra de Dios en el Génesis da existencia a lo que nombra, la palabra de Jesús en el Evangelio realiza la salvación que anuncia.

Meditación:
Desear a Jesús, buscar a Jesús, esperar en Jesús. La potencia sanadora de Cristo es total e instantánea, pero requiere deseo, plegaria, disposición, lucha, que expresan y robustecen la fe. ¿Verdaderamente creo en la potencia salvadora de Cristo? ¿Queda en mí esperanza? ¿Con qué deseo voy hacia Él, y pido ayuda a quienes pueden acercarme a Él? Cuando algo me interesa de verdad, busco la manera de conseguirlo. ¿Aprovecho yo los medios de que dispongo para acercarme cada día más a Cristo?
Buscando a mi alrededor. Necesito buenos camilleros, porque yo, como el paralítico, a solas no se caminar. Para acercarme al Señor, las mejores ayudas serán el sacramento de la penitencia y la dirección espiritual.

Estos que llevan al paralítico se parecen a los modernos «voluntarios», que ayudan a las personas en dificultades a alcanzar lo que ellas solas no podrían. Y a mí mismo en la medida en que intento ayudar a la gente. ¿Soy un buen «camillero», fuerte y disponible? ¡Cómo quisiera estar siempre dispuesto para «acercar» a los «paralíticos» al Señor!

Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.

Oración:
Dialoguemos ahora con el Señor, que nos ha mostrado cómo la parálisis puede ser externa, pero también interna, y cómo la caridad con un enfermo es ocasión de salvación y de vida.
Hablemos con Él quedamente, con el lenguaje interior del corazón, sobre nuestras propias parálisis, que sólo Él puede remediar con su misericordia. Pidámosle esperanza, y valor para buscar ayuda en nuestras situaciones más alejadas de Él.
Pidámosle también sensibilidad para ayudar al que sufre, para apoyar con nuestra fe al que está sin fuerzas, y con nuestras manos a aquél que no puede andar sóo en su vida, que no puede procurarse lo que más necesita.
Contemplación:
Ahora revisitemos imaginativamente la escena. Veamos a las gentes que se agolpan entorno a Jesús para escuchar su enseñanza.
Y allí, en medio, veamos a Jesús. Detengámonos a observar cómo enseña, qué cosas les dice… y cómo dentro de Él, el Espíritu Santo le está impulsando para que cure, para que sane, para que perdone, para que salve…
Jesús sabe lo que hay en el hombre. Observemos como mira, penetrante, a sus oyentes. Comprende sus dudas, llega a lo hondo de su corazón y su mente. Y reacciona para dar, también a ellos, una palabra de salvación.
¿A qué me invita el Señor en esta escena? ¿Sabré también yo poner ante Él con fe mis propias parálisis? ¿Sabré ser «camillero» de los parados que encuentre en mi camino? ¿Sabré reconocer en Jesús no a un blasfemo, sino al que actúa con el poder salvador que es exclusivo del mismo Dios?
Quedarme admirando sobrecogido, contemplando a Jesús y la escena. «Hoy hemos visto cosas admirables». Y dejar que crezca mi amor por Cristo, mi agradecimiento por su salvación, y el deseo profundo de identificarme con Él.
Estamos en el tiempo del voluntariado. Sobre todo entre los jóvenes. Preguntémonos si en estos servicios generosos vamos hasta el fondo, si «llevamos a Jesús». Si ayudo por mera filantropía, o por sentirme bien conmigo mismo, o por que no soporto contemplar tanta soledad e injusticia. Si ayudo al prójimo como una persona generosa o como un cristiano. Porque me mueve mi fe en Cristo, y expresando mi fe en Cristo. Si busco sólo aliviar al enfermo, o sobre todo llevarle a Cristo, que ofrece a todo hombre la sanación radical, la salvación espiritual, la restauración profunda e integral de la persona.
Los fariseos venían desde Jerusalén. ¿Cuánto estoy dispuesto a caminar para escuchar a Jesús? Los camilleros desmontan un tejado. ¿Cuánto estoy dispuesto a trabajar, sin cejar, para acercar a los hombres a Cristo?

¿Me atrevo a animar a los que tienen problemas aparentemente insolubles, a activar su fe en el sorprendente poder de Jesús, o en el fondo yo tampoco me creo eso de que «para Dios nada hay imposible»?

Nicolás de Lira
Jesús cura como Dios y reza como hombre. En la ciudad realiza prodigios y en el desierto ora, para darnos ejemplo tanto de vida activa como de vida contemplativa, de modo que no se descuide el amor de Dios por el cuidado del prójimo, ni por el amor de Dios, por más que sea superior, se descuide la ayuda al prójimo. (Apostillas a san Lucas)
Santo Tomás de Aquino
Este paralítico simboliza al pecador que yace en el propio pecado y que, como un paralítico, ya no es libre para moverse. Y los que cargan con él son aquellos que, con sus recomendaciones, lo conducen hacia Dios. (Comentario a san Mateo, 9, 744)
El Catecismo de la Iglesia Católica
La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios -interior o exteriormente- palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a «los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos» (St 2,7). La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para cometer un crimen provoca el rechazo de la religión. La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de suyo un pecado grave. Las palabras malsonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor (n° 2148s).


 

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