Ficha cuarta: María visita a Isabel: el «Magníficat» (Lc 1, 39 – 56)
Unos días después María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; Centra en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá. María dijo:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; Aporque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo. Y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación. É1 hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos,
y enaltece a los humildes; a los hambrientos los colma de bienes,
y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-,
en favor de Abrahán y su descendencia para siempre.
María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.
Hoy todo ocurre deprisa: María corre a visitar a su prima, el niño salta «en cuanto tu saludo llegó a mis oídos»… pero luego se remansa (se quedó unos tres meses) ¿Porqué?
¿Cómo sabe Isabel del embarazo de María? La llama «bendita» ¡como el ángel! También sabe quién es el que va a nacer: es «bendito», es «mi Señor». Más allá de toda intuición humana, estamos en el ámbito de la revelación divina.
Isabel se refiere al hijo de María llamándole «mi Señor». ¡Con ese título se refiere la Sagrada Escritura, ya desde el Antiguo Testamento, al mismo Dios! Es que Isabel está «llena del Espíritu Santo».
Observemos la relación que guardan la «dicha» o «bienaventuranza», con la fe y la fidelidad de Dios.
El «cántico de María», conocido tradicionalmente como «Magníficat» por su comienzo en latín, se hace eco de toda la historia de la salvación, de toda la esperanza de Israel, que ahora halla su cumplimiento definitivo en el hijo de María. En El halla respuesta cumplida toda la esperanza de la humanidad.
Ante el Dios «grande», María se alegra de ser aceptada como «humilde esclava».
Su alegría nace de su obediencia al plan de Dios, y afecta a la humanidad entera, porque su hijo será el salvador de todos.
En Jesús, por fin Dios va a cambiar la suerte de los hombres: la soberbia, el poder y la riqueza expresan el viejo mundo pervertido por el pecado, pero son vencidos por el «potente brazo de Dios».
Se cumplen así las promesas hechas a su pueblo, pues la fidelidad de Dios es eterna.
Meditación:
No se conocen a fondo las cosas, ni las personas, si no es a la luz del Espíritu Santo. Y cuando se tiene esa luz… todo aparece distinto, porque se reconoce al Señor que viene a nuestro encuentro.
El cántico parte del encuentro entre «la grandeza del Señor» y «la humillación de su esclava». Cuando el hombre descubre quién es Dios para él y quién es él para Dios, entonces halla su puesto en el mundo y acogiéndolo, la verdadera alegría.
¿Qué me alegra de verdad a mi?, y ¿por qué estoy tan triste a veces?
«Cuando vino la Llena-de-Gracia, todo se llenó de alegría. «
(Pseudo Gregorio Taumaturgo, Homilía 2)
¿Cuáles son las esperanzas de la gente que me rodea? ¿Qué esperan tantos millones de hombres y mujeres que sufren sobre la tierra?
¿Escucho en este texto la invitación a colaborar en la obra salvadora de Cristo, en la regeneración este mundo lacerado por el hambre, la guerra y tantas injusticias? ¡Tantos hombres esperan aún que se les anuncie la alegría del anuncio evangélico!
La fidelidad de Dios, a lo largo del tiempo… ¿Cómo puede cansarse y desesperar quien rezando el Magníficat aprende que Dios es fiel?
«Todas las generaciones» han proclamado a María bienaventurada, como seguimos haciéndolo hoy. ¿Cuál es mi relación con María, la humilde esclava del Señor?
Podemos compartir en voz alta nuestra meditación, brevemente, sin entrar en debate, sino enriqueciéndonos unos con las visiones de los otros.
Oración:
De nuevo el texto mismo nos ofrece un cántico, una «oración». ¿Me atrevería a rezar el Magníficat «en primera persona», haciendo mías las palabras de María?
Pedir la intercesión de la Virgen para que también mi alma proclame la grandeza del Señor.
El saludo de Isabel constituye la segunda parte del «Avemaria». De nuevo, esta podría ser hoy nuestra oración.
Contemplación:
Mirar la vida con la luz interior, iluminar mis ojos con la luz de Dios.
Dejar que crezca mi alegría de la mano de la Virgen Madre.
Que salten mis entrañas como las de Isabel, ante la cercanía de Cristo.
Releer la escena compartiendo los sentimientos de Juan, de Isabel, de María, de los pobres, de Abraham,…
María corre a ayudar a su prima en cuanto acepta ser la «esclava del Señor». ¿Y yo, como puedo ser servidor de los hombres de mi tiempo?
¿Cómo puedo aprender a ver la vida desde Dios? Necesito «llenarme del Espíritu Santo».
El Espíritu me sale al encuentro constantemente, pero se me ofrece sobre todo en la oración y los sacramentos. ¿Cómo abrirme a Él y disponerme a recibirlo?
El evangelio de los «pobres» y los «humildes»… ¿cómo comprometerme en nombre de Cristo con la «opción preferencial por los pobres» que la Iglesia proclama y sostiene?
San Ambrosio de Milán:
«Bienaventurada tu que has creído», dice Isabel. Pero también vosotros sois bienaventurados, porque habéis escuchado y habéis creído: toda alma que cree, concibe y engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras. ¡Que en todos esté el alma de María para glorificar al Señor! ¡Que en todos esté el espíritu de María para exultar en Dios! Si corporalmente una sola es la madre de Cristo, según la fe Cristo es engendrado por todos, pues toda alma recibe al Verbo de Dios en sí, con tal que, con coraje, sepa mantenerse casta, inmaculada y libre de culpa. (In Lúe 2, 26s)
Juan Pablo II:
La plenitud de gracia, anunciada por el ángel, significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica cómo la Virgen de Nazaret ha respondido a este don. (Redemptoris Mater, 12)
La Iglesia, acudiendo al corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús. La Iglesia, por tanto, es consciente -y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera particular- de que no sólo no se pueden separar estos dos elementos del mensaje contenido en el Magníficat, sino que también se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que «los pobres» y la «opción a favor de los pobres» tienen en la palabra del Dios vivo. Se trata de temas y problemas orgánicamente relacionados con el sentido cristiano de la libertad y de la liberación. (Id, 37)
El Catecismo de la Iglesia Católica:
La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe. En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel Gabriel, creyendo que «nada es imposible para Dios» y dando su asentimiento: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Isabel la saludó: «¡Dichosa la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada. Durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el «cumplimiento» de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en María la realización más pura de la fe. (n° 148-149)
Con mucha frecuencia, en los evangelios, hay personas que se dirigen a Jesús llamándole «Señor». Este título expresa el respeto y la confianza de los que se acercan a Jesús y esperan de Él socorro y curación. Bajo la moción del Espíritu Santo, expresa el reconocimiento del misterio divino de Jesús. En el encuentro con Jesús resucitado, se convierte en adoración: «Señor mío y Dios mío». Entonces toma una connotación de amor y de afecto que quedará como propio de la tradición cristiana: «¡Es el Señor!». (n° 448)